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Una de las obras maestras de la pintura renacentista florentina, el ciclo de frescos (1424-1428) de la Capilla Brancacci en la iglesia del Carmine, comienza con la escena de la Expulsión del Paraíso. Aunque el ciclo alcanzó su grandeza gracias a la contribución de Masaccio, el maestro principal fue Masolino, y él pintó también esta imagen inicial. En ella vemos a la primera parejahumana en una postura ligera, danzante, de aire gótico, bajo el árbol desde el cual la serpiente tentadora se inclina sobre ellos. Pero esta serpiente tiene una cabeza extrañamente también humana: un encantador rostro femenino con una notable orla de cabello rubio.
¿Quién es esta mujer?
Nuestros bien informados lectores responderán inmediatamente: Lilith, la ex de Adán, famosa para los europeos cultos desde La Noche de Walpurgis de Goethe (1808):
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“MEPHISTO: Adams erste Frau! |
«MEFISTÓFELES: ¡La primera esposa de Adán! |
Esta imagen la tomaríaasimismo de Goethe Dante Gabriel Rossetti, fundador de la escuela prerrafaelita, en su soneto Body’s Beauty (La belleza del cuerpo), publicado en 1881, que originalmente acompañaba a su cuadro Lady Lilith (1866-1873) con el título de Lilith:
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„Lo! as that youth’s eyes burned at thine, so went |
«¡Mira! Así como los ojos de aquel joven ardían en los tuyos, así penetró tu hechizo en él, y dejó doblada su firme cerviz, y alrededor de su corazón un solo cabello dorado le estrangulaba.» |
Otro impresionante retrato prerrafaelita de Lilith, de John Collier (1892), se encuentra en la Merseyside, Atkinson Art Gallery.
Sin embargo, sabemos que el diablo es el padre de la mentira, y que por tanto el certificado de matrimonio mostrado al Dr. Fausto en el que se menciona a Lilith es también un gran fake.
De hecho, Lilith aparece una sola vez en la Biblia hebrea, en Isaías 34 (13-16), donde el Señor predice cómo destruirá Edom::
«Sus fortalezas serán cubiertas de espinos, sus murallas de ortigas y cardos. Será morada de chacales y guarida de avestruces. Las criaturas del desierto se encontrarán con las hienas, y los sátiros se llamarán unos a otros. Allí la lilith (לִילִית) también se recostará y hallará para sí lugares de reposo. La lechuza anidará allí y pondrá huevos; los incubará y cuidará a sus crías bajo la sombra de sus alas. Allí se reunirán también los buitres, cada uno con su pareja.»
La función de «la lilith» aquí es señalar, junto con otros seres ominosos, cuán desolada dejará el Señor a Edom. Pero no se nos dice exactamente qué clase de ser es, pues el nombre es un hapax legomenon, un término que solo aparece una vez en toda la Biblia. No obstante, debía de ser familiar para los judíos de la época si podía emplearse para indicar la magnitud de una devastación. Como si hoy leyéramos que un lugar se ha convertido en guarida de vampiros y orcos, el nido de Drácula. Los productos de la literatura fantástica de los últimos cien años están bastante presentes en la conciencia pública; no necesitan explicación.
Las palabras lili y līlītu en las lenguas mesopotámicas sumeria, acadia y asiria significaban ‘espíritu’, en algunos textos un espíritu portador de enfermedades que vive en el viento. Probablemente de allí pasó, y con ese sentido, al arameo hablado por los judíos de Babilonia y del período bíblico. Entre los siglos IV y VI d.C. estaban muy extendidos en la zona los «cuencos de encantamiento»: se escondían en la base o el suelo de las casas como trampas para cazar a las liliths que penetraban en ellas. Estos cuencos fueron utilizados por todas las culturas y lenguas locales. Se han hallado varios centenares entre los judíos, con textos en arameo y referencias bíblicas o talmúdicas.
Cuenco judío de encantamiento del siglo VI (arriba) y un equivalente contemporáneo anti-covid diseñado por el Penn Museum (abajo).

Por lo general, las traducciones bíblicas no sabían qué hacer con este nombre. La Septuaginta, traducción griega de los judíos de la diáspora, fusiona las hienas con la lilith bajo el nombre de «onocentauro», y traduce el macho cabrío —entendido como sátiro— como «demonio»:
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“καὶ συναντήσουσιν δαιμόνια ὀνοκενταύροις καὶ βοήσουσιν ἕτερος πρὸς τὸν ἕτερον ἐκεῗ ἀναπαύσονται ὀνοκένταυροι εὗρον γὰρ αὑτοῗς ἀνάπαυσιν” |
«Y los demonios se encontrarán con los onocentauros, y el uno le gritará al otro; allí descansarán los onocentauros, pues han hallado para sí reposo.» |
Esta es básicamente la traducción que sigue la Vulgata, la versión latina de San Jerónimo, que traduce lilith como lamia, un demonio femenino devorador de niños en la mitología griega::
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“et occurrent daemonia onocentauris et pilosus clamabit alter ad alterum, ibi cubavit lamia et invenit sibi requiem” |
«Y los demonios se encontrarán con los onocentauros, y los seres peludos gritarán el uno al otro; allí se acostó la lamia y halló para sí reposo.» |
El significado de «onocentauro» era solo ligeramente más claro que el de lilith. A partir de ὄνος = asno, se interpretó como una especie de centauro-asno. Así lo representa un bestiario franco-flamenco del siglo XII:

En la literatura rabínica judía, el nombre aparece solo cuatro veces, siempre en referencia al texto de Isaías, con el sentido de «espíritu maligno», hasta los siglos VIII-X d. C., es decir, ya bien entrada la Edad Media, cuando un tratado hebreo llamado El Alfabeto de Ben Sira personificó esta figura. El tratado contiene dos series de 22 proverbios en arameo y hebreo ordenados según el alfabeto hebreo, y aclara su significado mediante historias midrásicas. Según la historia que nos interesa, Ben Sira cura al hijo enfermo del rey Nabucodonosor con un amuleto. Cuando el rey le pregunta qué escribió en él, Ben Sira le cuenta que Dios amasó a la primera pareja humana del polvo de la tierra, y que por tanto eran iguales. La mujer, Lilith, por ello, no quiso yacer debajo de Adán en la cama, como exigía la moral sexual judía, sino que quiso estar encima. Se rebeló y huyó al mar Rojo, donde se unió con demonios. Dios envió tras ella a tres ángeles —Senoy, Sansenoy y Semangelof— que no lograron traerla de vuelta. Solo pudieron pactar con ella que, aunque como demonio tenía poder para dañar a los recién nacidos, si los nombres de esos tres ángeles estaban escritos en alguna parte, ella no dañaría al niño.
La bibliografía considera este tratado una especie de sátira, una recopilación de parodias reunidas por los yeshivaboers, estudiantes de yeshivá aburridos, un enorme juego lleno de pedanterías talmúdicas con abundantes obscenidades y chocarrerías, desde flatulencias hasta masturbación e incesto (por ejemplo, se dice que el propio Ben Sira nació de la unión del profeta Jeremías con su hija). A esto debemos atenernos al valorar seriamente la tradición de Lilith como primera esposa de Adán. Es cierto que en el doble relato de creación del Génesis Dios crea primero al hombre y a la mujer a Su imagen (Gn 1,27), y luego crea a la mujer a partir de la costilla del hombre (Gn 2,22). Para quienes interpretan la Biblia literalmente, se trata de dos creaciones distintas: pero entonces, ¿dónde está la primera mujer? Los estudiantes compusieron este hiato lógico con la lilith, que aparecía sin explicación en la Biblia y el Talmud. Antes de ellos, ni la tradición exegética judía ni la cristiana habían planteado esta cuestión, ni mucho menos la habían resuelto inventando una «primera esposa».
En cualquier caso, el amuleto contra la muerte infantil resultaba demasiado útil para no conservarlo. Más vale prevenir que curar: el amuleto comenzó a difundirse en los círculos judíos y se utilizó ampliamente hasta el siglo XX.
Un amuleto medieval, con los nombres de los tres ángeles en las tres figuras semejantes a aves, tomado de la edición de Ámsterdam de 1701 del Sepher Raziel HaMalach (Libro secreto del arcángel Raziel) (arriba); un kimpetbrivl impreso del siglo XVIII del Museo Judío de Berlín (abajo), y un amuleto de plata del siglo XIX con la figura de Lilith de la colección del Museo de Israel en Jerusalén.


Y junto con el amuleto la idea de Lilith como primera esposa de Adán fue arraigando en la religiosidad popular judía. Sin embargo, esta idea entusiasmó aún más a los cristianos cuando tuvieron noticia de ella, y la consideraron sin más averiguaciones un saber antiquísimo y sagrado. Esto ocurrió precisamente en Florencia, a fines del siglo XV, cuando en la Academia Platónica de Lorenzo de Médici —de la que formaba parte Pico della Mirandola, el primer cabalista cristiano— empezaron a traducir fragmentos de la Cábala y la literatura rabínica. Así floreció el motivo en obras de artistas visitantes de la Academia.
Filippino Lippi, por ejemplo, pintó en la Capilla Filippo Strozzi de Santa Maria Novella a los cuatro primeros patriarcas, entre ellos a Adán protegiendo a su pequeño hijo Set de Lilith (mientras todavía dirige una mirada soñadora a su ex, una seductora pelirroja). Algunos historiadores del arte también han querido ver a Lilith en la tentadora de la Capilla Sixtina pintada por Miguel Ángel, o en la primera mujer del Jardín de las Delicias de El Bosco, pero sus argumentos no son del todo convincentes: estas obras pueden explicarse perfectamente a partir de la tradición cristiana medieval, como veremos más adelante.



Sin embargo, la corriente neoplatónica decayó en el siglo XVI. Lilith fue resucitada por Goethe, elevada a nuevas alturas y convertida en icono victoriano por los prerrafaelitas, tanto que ahora es considerada una patrona feminista, como la primera mujer que no renunció a su igualdad con el hombre.
Es interesante observar cómo las traducciones modernas de la Biblia cambian con la difusión del mito de Lilith, y cómo Lilith —creada como personaje por estudiantes de yeshivá, Goethe y los prerrafaelitas— se desplaza al árido lugar de la lilith como espíritu dañino de Is 34,14. Lutero aún traduce lilith como Kobold, las versiones posteriores como Gespenster (‘espíritus’), mientras que en la ginebrina Schlechter de 2000 ya es Lilith. Las primeras versiones inglesas traducen lamia, tomada de la Vulgata; la King James Version la traduce como screech owl (lechuza chillona), mientras que las versiones posteriores la representan cada vez más como lilith, e incluso Lilith. La primera versión húngara —protestante— tiene éji boszorkány (bruja nocturna), mientras que la nueva versión católica da Lilith. El mito parece haber hecho un buen trabajo, y pronto podrá «demostrarse» incluso a partir de la Biblia que Lilith era una figura central de la antigua fe judía, al menos desde tiempos de Isaías.
El primer amuleto impreso contra Lilith. Ámsterdam, c. 1700. «Adán y Eva, excluyendo a Lilith. Los ángeles guardianes Senoy, Sansenoy y Semangelof quiebran a Satán.»
La imagen de la serpiente con cabeza de doncella que tienta a Adán y Eva en el paraíso, sin embargo, había nacido mucho antes de que la tradición esotérica judía fuera traducida en la corte de los Médici: de hecho, no mucho después de que los estudiantes de yeshivá, en sus chanzas, dieran vida a Lilith como primera esposa de Adán. Su autor fue Petrus Comestor, jefe de la escuela teológica parisina del siglo XII, quien en 1173 publicó su Historia scholastica, la «Biblia popular» de la Edad Media, que se convirtió en manual básico universitario y fue traducido a la mayoría de las lenguas vernáculas europeas. Escribió:
«Como Lucifer temía ser descubierto por el hombre, se acercó a la mujer, que tenía menos previsión y era [como] ‘cera que puede torcerse hacia el vicio’, y esto por medio de la serpiente; pues la serpiente en aquel tiempo estaba erguida como un hombre, ya que fue arrojada a tierra cuando fue maldecida. […] Eligió también cierto tipo de serpiente […] que tenía el semblante de una virgen, porque lo semejante atrae a lo semejante; y movió su lengua para hablar, aunque ella misma no sabía nada, así como él habla a través de los frenéticos y los poseídos.»
Una serpiente con cabeza de doncella y en posición erguida, en La caída del hombre de Hugo van der Goes (después de 1479), Kunsthistorisches Museum de Viena.
Y aquí tenemos esa «cierta clase de serpiente» que eligió Lucifer: las draconcopes (= ‘serpientes/dragones de pie’), del Hortus Sanitatis (1491). Originalmente proviene del Speculum naturale de Vicente de Beauvais, siglo XIII: «Draconcopedes serpentes magni sunt, et potentes, facies virgineas habentes humanis similes, in draconum corpus desinentes.» (Los draconcópodes son serpientes grandes y poderosas, que tienen rostros de doncella semejantes a los humanos, y terminan en cuerpo de dragón.)
La imagen fue adoptada por muchos autores. Uno de los elementos de difusión más populares fue el misterio normando-inglés del siglo XII Le Jeu d’Adam, que en tres actos presentaba la creación, la caída y las profecías de la venida del Salvador (puede verse aquí una representación moderna). La obra, que se encuentra por toda Europa, solía representarse ante las puertas principales de las catedrales, y en cierto momento mostraba una serpiente «ingeniosamente construida» en un árbol. Sin duda tenía cabeza de doncella, pues su figura pasó también a las tallas de los pórticos realizadas por entonces.
Another important mediator of the image was Boccaccio’s On Famous Women (De mulieribus claris), also translated into many languages. The series of famous women began with Eve, whose story, in the 14th- and 15th-century manuscripts, was illustrated with the Fall, invariably with a maiden-headed snake. The most moving example is the manuscript at the Getty Museum illustrated by the Boucicaut Master between 1413 and 1415, in the opening picture of which Boccaccio, sitting at his desk at the left side wall of the Paradise, is waiting for old Adam and Eve arriving from the right, to record oral history with them. Otro importante transmisor de la imagen fue De mulieribus claris (Sobre las mujeres ilustres) de Boccaccio, traducido a muchas lenguas. La serie de mujeres célebres empezaba con Eva, cuya historia, en los manuscritos de los siglos XIV y XV, se ilustraba con la escena de la Caída e invariablemente con una serpiente de cabeza femenina. El ejemplo más conmovedor es el manuscrito del Museo Getty ilustrado por el Maestro Boucicaut entre 1413 y 1415, cuya primera imagen muestra a Boccaccio sentado en su escritorio junto al muro izquierdo del Paraíso esperando a Adán y a Eva, dos ancianos que llegan por la derecha, para recoger de sus propias palabras la prodigiosa historia.
Boccaccio, Caída de príncipes, traducido por John Lydgate, 1450-60. British Library, Harley 1766, fol. 11r
Solo había un mínimo paso desde un autor italiano hasta un pintor italiano para representar también el motivo. A comienzos de la década de 1420, Paolo Uccello recibió el encargo de pintar el ciclo de la Creación y la Caída en el llamado Claustro Verde de Santa Maria Novella en Florencia. Las pinturas —gravemente dañadas por la inundación del Arno en 1966— aún estaban frescas cuando Masaccio trabajaba aquí en el fresco de la Trinidad, y en paralelo en el ciclo de frescos de la Capilla Brancacci, donde pronto asomaría una tentadora semejante con cabeza de mujer.



Ya hemos visto a los actores, el ciclo puede empezar.*










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