El romance del prisionero


Que por mayo era por mayo,
cuando hace la calor,
cuando los trigos encañan
y están los campos en flor;
cuando canta la calandria
y responde el ruiseñor;
cuando los enamorados
van a servir al amor;
sino yo, triste, cuitado,
que vivo en esta prisión,
que ni sé cuándo es de día,
ni cuándo las noches son,
sino por una avecilla
que me cantaba al albor.
Matómela un ballestero;
dele Dios mal galardón.

Es uno de los primeros, si no el primer romance que aprendí siendo aún niño. Lo cantaba mi madre, y la recuerdo a ella cantándolo justo en aquellos días de mayo descritos en los versos. Solo que ella introducía el estribillo «¡Ay, de la pena!»:

Que por mayo era por mayo,
cuando hace la calor,
[Ay, de la pena, cuando hace la calor]
cuando los trigos encañan
y están los campos en flor;
[Ay, de la pena, y están los campos en flor]
cuando canta la calandria
y responde el ruiseñor;
[Ay, de la pena, y responde el ruiseñor]


Es un romance breve, así que las repeticiones forzadas, junto a la melodía lenta y reiterativa lo alargaban y le daban un aire de lamento infinito y desesperado. Con el tiempo, este romance ha crecido también en mi aprecio hasta convertirse en uno de mis favoritos. Me vino a la memoria estos días en que hablábamos de ruiseñores y comprobé con alegría que al mencionarlo a quienes no lo habían oído despertaba la misma curiosidad y gusto. Fui a refrescar mis datos a la edición de romances que hizo Paloma Díaz-Mas (Barcelona: Crítica, 1994, 284) y encontré también allí una valoración especial:

Es éste sin duda uno de los más bellos y logrados romances: el parlamento en primera persona en que un desconocido prisionero se lamenta de su situación, la descripción inicial del entorno en que florece la primavera, el lirismo y la belleza de las situaciones se conjugan para hacer un producto literario muy sugerente.

Hay dos versiones, una larga en que de manera bastante prosaica el prisionero se nos presenta casi como un «hombre salvaje», monstruoso y apartado del mundo (cosa que, a mi modo de ver, pone en contacto el texto con el ambiente alegórico de la novela sentimental de finales del s. XV, convirtiendo la prisión en una Cárcel de amor), planea la fuga y acaba siendo liberado de manera inexplicable por el rey, que de pronto se apiada de él. Nunca me gustó esta versión. En cambio, la que hemos transcrito aquí, la breve, es casi perfecta en su concentración y alusividad.

Pero es otro el problema que me ha tenido un buen rato revolviendo páginas (electrónicas y de las otras): la música. Una búsqueda básica muestra rápidamente las versiones de Amancio Prada:


y de Chicho Sánchez Ferlosio (¡qué personaje tan curioso y hoy tan olvidado!):


Ambos se apasionaron por este tipo de poesía, pero mezclándola con sus respectivas manías y reivindicaciones, todo muy encuadrado en aquellos años setenta y principios de los ochenta en que aún había que recuperarlo todo, hasta los versos tradicionales. Y, desde luego, su musicación está muy lejos de la sensibilidad del romance tal como yo lo guardo en la memoria. Con la versión de Paco Ibáñez pasa algo parecido, aunque él le imprime un aire bastante más popular y ajustado al espíritu de la letra (podéis escucharlo aquí). Y si se busca un poco más, se encuentra una versión culta, francamente buena, cantada por June Telletxero.


Romance del prisionero, soprano: June Telletxero, laúd: Zif Bracha.

De acuerdo. Pero por ningún lado he sido capaz de dar con la versión de mi infancia, «ay, de la pena», así que me atrevo a canturrear los primeros versos pidiendo mil veces perdón por la osadía y jurando que en cuanto alguien nos proporcione una versión digna inmediatamente ésta será eliminada sin dejar ni rastro.


Romance del prisionero, interpretación de Wang Wei.

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