La historia de Marruecos es la de sus capitales. Cada dinastía, tras derrocar a la anterior, exhibe siempre una nueva capital asentada en su propio territorio tribal, humillando de la manera más espectacular que puedan a la ciudad de su oponente derrotado: la saquean y la destruyen, derriban y se llevan los revestimientos de mármol y las decoraciones de sus edificios reales y mezquitas para adornar con ellos los del nuevo centro de poder.
Marrakech fue fundada en 1070 contra la septentrional Fez por los almorávides bereberes que procedían de los valles cercanos del Atlas. Regida por predicadores musulmanes fanáticos, esta dinastía tomó rápidamente el control de las rutas comerciales al sur del Atlas, a lo largo de las cuales fluía el oro del imperio de Ghana hacia Marruecos. Luego, con este trasfondo militar y económico, resultó fácil alcanzar Andalucía, donde por entonces llegaba a su fin la edad de oro de los califas cordobeses. Marrakech se convirtió en el centro de un rico imperio mundial que abarcaba dos continentes, y el primer califa almorávide que gobernó desde allí, Ali ben Youssef (1106-1143), intentó hacer la ciudad digna de ese rango. Este gobernante, nacido de madre cristiana andalusí y criado en un ambiente andalusí culto en Ceuta, veía a Córdoba como su modelo. Intentó construir la primera mezquita de Marrakech a imitación de la Gran Mezquita de Córdoba, llevando arquitectos e incluso elementos constructivos —capiteles y tallas de mármol— desde allí, incluidos algunos de Madīnat al-Zahrā’, la ciudad califal cordobesa saqueada y destruida por los propios almorávides
La mezquita de Ben Youssef aún se alza al norte del zoco. Sin embargo, ya no es la que construyó Ali ben Youssef. La mezquita almorávide, junto con toda la ciudad, fue destruida por la siguiente dinastía bereber, no menos fanática, los almohades, tras su conquista en 1147. Luego, la mezquita levantada en su lugar y destruida de nuevo, fue nuevamente reconstruida por la dinastía saadí en las décadas de 1550-1570, y después por la dinastía alauí a comienzos del siglo XIX.
Sin embargo, así como en toda destrucción hay supervivientes que escapan escondiéndose en sótanos, encerrándose en almacenes o fingiendo estar muertos, también hay tres supervivientes del primer apogeo de Marrakech.
Uno es el mimbar (púlpito) almorávide, una de las obras maestras del arte islámico, que Ali ben Youssef mandó hacer en Córdoba en 1137, y que los almohades llevaron a la mezquita de la Kutubiyya construida por ellos, razón por la cual suele llamarse el mimbar de la Kutubiyya
El otro vestigio, también importado de Córdoba, es un estanque de mármol ricamente tallado con motivos vegetales y figuras animales, utilizado antaño para la ablución ritual. Según su inscripción, fue encargado por ʿAbd al-Malik ben al-Mansur, cortesano del califa omeya cordobés Hišam II, entre 991 y 1008. Probablemente fue trasladado desde allí por el padre de Ali, Youssef ben Tašufin, tras el saqueo de la ciudad. Hoy está en la madraza o escuela teológica Ben Youssef, junto a la mezquita mencionada arriba, sobre la cual escribiré más adelante.
Y el tercero es la Koubba. Esta palabra, que significa «cúpula», se usa tradicionalmente para designar un sepulcro. Sin embargo, esta pequeña arquitectura no se construyó como sepultura, sino como un pabellón para la ablución ritual, una midaʿa, frente a la mezquita de Ben Youssef. Abajo tenía un estanque para lavarse, y estaba rodeada de letrinas y pilas para dar agua a los animales. Así, no era solo un espacio religioso, sino también una institución de servicio público para el bazar que se extendía al sur de la mezquita. Probablemente por eso se salvó. El bazar fue creciendo gradualmente a su alrededor y la fue cubriendo, mientras el nivel del suelo, elevado unos 7–8 metros debido a las sucesivas destrucciones, cubrió toda su parte inferior. Solo en la primera mitad del siglo XX se empezó a excavar y despejaron los puestos construidos encima. Se ha restaurado en las últimas décadas y por fin está abierta a los visitantes desde febrero pasado.
En la foto aérea de 1930-31, la mezquita de Ben Youssef queda en el centro, con la Koubba recién excavada ante ella
La parte inferior del edificio se abre hacia la alberca con dos portales de arco de herradura en los lados largos, y uno de arco polilobulado en los cortos. Los arcos interiores de estos últimos están decorados con un hermoso motivo geométrico. En su cornisa interior corre una inscripción cúfica que data de 1125, glorificando a Alá y al constructor Ali ben Youssef.
En el lado largo de la parte superior hay cinco ventanas alternadamente polilobuladas y de herradura, mientras que en el lado corto hay dos polilobuladas. La cúpula se eleva por encima de la cornisa superior festoneada; su complicada arquitectura de ladrillo es, como veremos, puramente decorativa y no refleja su verdadera estructura arquitectónica visible desde el interior.
Las ventanas iluminan la parte inferior de la cúpula. Esta cúpula es el elemento más singular de la koubba. Se sustenta en arcos polilobulados entrecruzados que parten de los terceros puntos de la cornisa. Los arcos transforman el cuadrado en un octógono, y luego dan lugar a la cúpula, semejante a un panal. Las superficies blancas sin decorar de los arcos, del octógono y del panal enfatizan la estructura, mientras que las superficies de relleno entre ellos están cubiertas de estuco coloreado, hojas de acanto y palmas, con una concha central destacada en cada una de las ocho pechinas. Esta estructura es obviamente un desarrollo del mihrab, el nicho de oración de la Gran Mezquita de Córdoba, pero resulta aún más especial por cuanto resuelve el problema básico de todas las cúpulas: del cuadrado al círculo sin la intervención de un tambor, el elemento intermedio usual en las cúpulas occidentales para convertir el cuadrado en circunferencia
La arquitectura completa no puede fotografiarse bien. Desde la calle solo se ve la parte superior, mientras que de cerca es difícil abarcarla en una imagen. El punto de vista óptimo es la azotea del café Les Almoravides, al oeste de la mezquita, desde donde se aprecia claramente cómo se sitúa a la entrada del bazar, rodeada por el mercado, pero manteniendo una pequeña distancia respecto a él, y hundida, como testigo de una ciudad anterior en un nivel distinto, no solo en el espacio, sino también en el tiempo































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