En la Tierra de la Rosa, minuto a minuto


La Tierra de la Rosa es un país tan inexistente como el Kurdistán, aunque se puede viajar por ella igual de bien. El país que la contiene no niega su existencia como Turquía hace con el Kurdistán, e incluso la promociona a los turistas, pero bajo un nombre tan prosaico como «Anatolia sudoriental» lo es para el Kurdistán, la Armenia occidental o la tierra de los asirios cristianos.

La Tierra de la Rosa estuvo a punto de convertirse en un país independiente en la Edad Media, igual que otras monarquías brillantes pero hoy olvidadas, como Aquitania, Provenza o Borgoña. Sus señores hicieron todo por ello, y realmente no fue culpa suya que fracasara. Witiko, que a finales del siglo XII fundó la provincia, dejó un legado vasto y rico a sus hijos, quienes rechazaron con éxito las aspiraciones de poder tanto de su propio rey como de sus vecinos. La provincia —al igual que el ducado de Borgoña— dejó de existir en la cúspide de su riqueza y esplendor, a comienzos del siglo XVII, cuando su último y más poderoso señor simplemente no pudo dejar un sucesor varón. La propiedad pasó a herederos colaterales, que también se extinguieron, justo a tiempo para que los Habsburgo, que conquistaron el país en 1620, no tuvieran que arrebatársela por la fuerza, sino que pudieran premiar con ella, como señorío vacante, a sus propios partidarios.

La historia fundacional de la provincia también es digna de una novela caballeresca medieval. Witiko/Vítek (1120-1194), un pequeño noble de Purschitz/Prčice, llegó joven a la corte de Praga al servicio de Vladislao II. Desde allí fue ascendiendo peldaños, situándose siempre del lado correcto en la guerra civil desatada tras la muerte del rey, hasta que finalmente se convirtió en señor de toda la Bohemia meridional. Su familia era germanoparlante, como lo era la inmensa mayoría de la provincia que dominaba, lo cual, en la Edad Media, en ausencia de nacionalismo, aún no constituía un elemento particular de identidad. Mucho más lo fue a finales del siglo XIX, cuando el gran autor de lengua alemana de la región, Adalbert Stifter, escribió sobre este personaje su obra maestra, la novela histórica Witiko (1867), la gran epopeya fundacional de la Tierra de la Rosa. Como el autor, junto con sus tres millones de potenciales lectores, fue expulsado de la memoria cultural de Chequia unas pocas generaciones más tarde, la novela ya no se lee en su país natal, sino sobre todo en Austria, que, junto con parte de los refugiados, acogió la herencia de Stifter y lo considera un autor austríaco.

Según la leyenda fundacional, Witiko, antes de su muerte, dividió sus dominios y la rosa que llevaba en su escudo entre sus cinco hijos. Los cinco nuevos centros señoriales fueron Neuhaus/Jindřichův Hradec, Krumau/Český Krumlov, Rosenberg/Rožmberk, Wittingau/Třeboň y Platz an der Naser/Stráž nad Nežárkou, y los escudos de armas de las cinco familias se adornaron con rosas de distintos colores. Estas rosas siguen señalando los castillos e iglesias construidos entre los siglos XII y XVII en la región que vamos a recorrer durante una semana.
 

La división de las cinco rosas. Fresco de Anton Steer en el castillo de Český Krumlov, según el original pintado en el castillo de Telč, 1742.

El camino hacia la Tierra de la Rosa pasa por Praga. Al bajar del tren, es agradable ver que nos han echado de menos durante la larga cuarentena. Nos reciben como invitados de honor con una de las palabras más largas de nuestra extraña lengua.
 

«Un mes de lecturas de autor. Invitado de honor: Hungría. Megszentségteleníthetetlenség» (‘imposibilidad de ser profanado’, un hapax legómenon usado solo con fines demostrativos).


Aunque no se puede fiar uno de las inscripciones de Praga. El rótulo en la estación del tranvía de la calle Chotkova, bajo el castillo, muestra bien que nadie es insustituible.
 

«Mi corazón late por Maruška». Un palimpsesto de al menos dos nombres femeninos repintados cuelga sobre el nombre.

A la sombra de la atención concentrada en el coronavirus, muchos países han introducido de tapadillo cambios, leyes muy impopulares, ordenanzas municipales o restricciones a los gobiernos locales. En Praga, en estos cien días han puesto un punto final a un largo y acalorado debate con la reedificación de la Columna de María en la Plaza de la Ciudad Vieja, de la que informó Lloyd aquí en el blog. La columna, erigida en 1650 por haber defendido María más o menos la ciudad durante el asedio sueco de 1648, y cuya sombra marcaba el mediodía local de Praga, fue derribada en 1918 por considerarse un monumento a la esclavitud bajo los Habsburgo. En lugar de la estatua, como escribimos y fotografiamos en su día, hubo durante unos quince años una placa en el pavimento con la inscripción «aquí estuvo y aquí volverá a estar la columna de María». Sin embargo, la restauración había topado hasta ahora con mucha oposición, y hasta la segunda frase —marcada aquí en cursiva— fue toscamente arrancada de la inscripción de piedra. En tiempos de la epidemia, sin embargo, el pedestal y la columna se levantaron de nuevo en la plaza desierta, y una copia de la antigua estatua de María, realizada por Petr Váňa, fue izada sobre ella con una grúa. Cuando llegamos nosotros unos días más tarde, solo faltaban los dos ángeles y la copia del icono gótico de la Virgen de la iglesia de Týn, que originalmente estaba allí, en el pedestal de la estatua. El escultor se dirige feliz a la multitud reunida en torno al monumento. La mirada vacía de la estatua de Jan Hus, situada a pocos metros, ha encontrado de nuevo un objetivo tras un siglo, volviéndose otra vez hacia la columna como lo hizo durante tres años después de su erección en 1915. Y aún «no sabe» nada del icono que se colocará allí, cuyo original fue ocultado en la iglesia de Týn de la devastación causada por sus husitas.
 

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BROWN LIVES MATTER. ¡En Praga aún quedan monumentos de otro tipo de esclavitud! No se los puede derribar, porque no representan a los opresores, sino a los oprimidos encadenados.

En el patio de Ungelt, detrás de la iglesia de Týn,


 

en el lado menor del Puente Carlos,

 

y en la Tierra de la Rosa, en Český Krumlov, junto a las escaleras que suben al castillo.


Praga también tiene varios monumentos a los siervos voluntarios. En el Puente de Carlos, completamente libre de turistas, en la estatua erigida en memoria de san Juan Nepomuceno, arrojado al río desde aquí, ellos eclipsan por completo al santo. Sus cuerpos portadores de buena suerte están gastados por el roce y brillan igual que el del propio santo.
 

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En la iglesia y en la puerta de la iglesia dominica (Domini canes = «los perros del Señor»).



La salida de la ciudad pasa por el monstruoso estadio de Strahov, cuya demolición, tras muchas décadas de vacilaciones, por fin ha comenzado. La estatua de la Victoria del estadio nos desea buena suerte. Nosotros hacemos lo mismo con ella. Quién sabe dónde estará cuando regresemos.



Tomamos rumbo a Příbram. Esta ciudad barroca de la plata —con su pesado centro urbano realista-socialista— se halla todavía fuera de la frontera septentrional de la Tierra de la Rosa, pero el santuario mariano de la Montaña Santa local ha atraído peregrinos de toda Bohemia e incluso de Baviera. La primera capilla de la milagrosa estatua gótica de la Virgen fue construida en el siglo XIV o XV, pero su culto floreció realmente en la época de los Habsburgo, cuando, a partir de 1647, pasó al cuidado de los jesuitas de Březnice. Los jesuitas intuyeron una gran oportunidad de comunicación de masas en un santuario situado en el centro del país, y en cien años lo convirtieron en el lugar de peregrinación más popular de Bohemia. Entre 1658 y 1709 encargaron el actual y magnífico edificio barroco a Carlo Lurago, constructor de varias grandes iglesias barrocas de Praga, que trabajaba principalmente para órdenes jesuitas. El patio de la iglesia está rodeado por una galería porticada con una capilla con cúpula en cada esquina.
 

La iglesia de peregrinación en la Montaña Santa, en la vista más antigua de Příbram (1665) antes de su remodelación barroca (arriba), y una foto aérea de la guía del peregrino (abajo). La historia de la Montaña Santa fue escrita por el historiador jesuita Bohuslav Balbín (1621-1688), conocido también como el «Plinio bohemio». Poseo la primera edición, ricamente ilustrada, de Diva montis sancti seu origines et miracula magnae Dei hominumque Matris Mariae (1658), pero aún está en estado de posmudanza en la caja de los libros barrocos. En cuanto la pueda rescatar, publicaré sus grabados.



Las bóvedas de la galería muestran los milagros que tuvieron lugar por intercesión de la Virgen de la Montaña Santa, con su fecha exacta. Un número importante de los milagros fue evitar caídas o mitigar sus consecuencias. Las condiciones de seguridad laboral que aquí vemos representadas solo serían aprobadas hoy por cualquier autoridad a cambio de una comisión muy alta en un paraíso fiscal. La iglesia está rodeada por las estatuas de los santos más populares del país, haciendo el lugar más acogedor para los peregrinos. Justo después del coronavirus, apenas hay gente, pero, según la dependienta de la librería, normalmente la iglesia y el patio están abarrotados a esta hora, los fines de semana. Un guía de peregrinos le dice a Lloyd que no haga fotos. Lloyd alza los ojos al cielo: «La luz fue creada por Dios. Yo solo la recojo.» El guía de peregrinos se lo piensa. «De acuerdo. Pero no haga fotos.»
 

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Peregrinos de Praga camino de la Montaña Santa.


Cerca de la iglesia de peregrinación se levanta un viejo roble, llamado árbol de san Wenceslao (921-935), aunque tiene menos de la mitad de esa edad. Un grupo de turistas se arremolina en torno al árbol. Se ve desde lejos que son rusos, porque se abrazan al árbol con ambas manos para recibir sus energías, y también lo documentan con selfis (поселфиться), en las poses típicas que caracterizan a las chicas rusas.




En esta región, la nota dominante de color son las amapolas. La rosa la encontramos un poco más al sur, en el nombre de Rosenthal / Rožmitál pod Třemšínem.
 

Rožmitál pod Třemšínem en verano e invierno. De las «postales aéreas» de Jirka Jiroušek..



La ciudad, como lo indica su nombre, se halla al pie del monte Třemšín, de 827 metros. La zona es el señorío de una familia tan antigua como la de Witiko: los Buzic, que remontan su origen a Jetřich Buz / Dietrich Burckhardt, fallecido en 1110. Según la leyenda familiar, Jetřich derrotó una vez a un jabalí con sus propias manos, que luego fue incluido en el escudo de armas familiar. Una rama de la familia controlaba el castillo de Hasenburg/Hazmburk (“castillo del conejo”) en los Sudetes, de donde la familia tomó el nombre de Zajíc (Conejo). Ya los he mencionado en relación con Juan Conejo de Conejoburgo el Cuarto, quien cada año representaba la escena de san Jorge y el dragón con un cocodrilo vivo traído de Tierra Santa. A la derecha vemos su escudo de armas, que combina el jabalí de los Buzic con el conejo. La familia posee un castillo renacentista en la vecina ciudad de Bechyně,

BBivoj, es decir, Jetřich Buz con el jabalí, de una serie de cartas de 1893 que representan héroes checos. Museo de Plzeň

donde la batalla con el cocodrilo también está representada en un fresco, pero lo dejaremos de lado en este viaje. De esta rama procedía Zbyněk Zajíc z Hazmburka, arzobispo de Praga (1403-11), feroz opositor de Jan Hus. Zajíc fue expulsado por el pueblo enfurecido de Praga después de quemar los libros de Hus y Wycliffe, y murió en el exilio en Pozsony (la actual Bratislava). La otra rama de la familia tomó el nombre de Lev (León), y controlaba los castillos de Rožmitál, Třemšín y Březnice. De aquí procedía Johanna, esposa del rey Jorge de Poděbrady (Jiří z Poděbrad, 1458-1471), cuyo hermano realizó, por encargo real, una exitosa gira europea de promoción de la imagen del país entre 1465 y 1467. Třemšín fue destruido por los husitas y, desde la década de 1860, el monte se convirtió en lugar de «peregrinaciones nacionales» checas anti-Habsburgo, como contrapunto laico al cercano santuario de Příbram. Pero los castillos de Rožmitál y Březnice aún se mantienen en pie, y los visitaremos ambos. Los Lev de Rožmitál celebraron incluso en 1946 una «peregrinación nacional antifascista» en Třemšín, antes de ser expulsados por el nuevo Estado.

El castillo fue construido por los primeros Buzic en la zona lacustre, y ellos mismos desarrollaron el sistema defensivo de agua de la ciudad, que la posteridad llama la «Venecia de Rožmitál». El castillo, reconstruido en estilo renacentista en el siglo XVI, quedó en ruinas durante el comunismo y ahora han comenzado a restaurarlo. Su fachada y su torre-portón que dan a la ciudad ya han sido renovadas con gran belleza. Varias de sus estancias siguen habitadas; los residentes ancianos toman el sol en el patio circular del castillo, tolerando resignadamente nuestra visita a las a veces peligrosas dependencias del castillo. Junto a él, una casa del siglo XIX alberga el acogedor Restaurante del Castillo, con cocina checa tradicional y una terraza trasera con vistas a la zona de lagos.
 

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Tras una sopa de callos y una carpa de Rožmitál, nos dirigimos a la otra posesión de los Buzic, Březnice. El conjunto monumental local —el castillo renacentista, la plaza mayor con la iglesia jesuita y, sobre todo, el intacto barrio judío renacentista y el cementerio judío— forma una unidad tan completa que tengo que dedicarle una entrada aparte como excursión especial.


El Moldava, que fluye desde la Tierra de la Rosa hacia los dominios reales de la Bohemia septentrional, siempre ha ofrecido un corredor para la intrusión simbólica del poder de uno en la tierra del otro.

El reinado del rey Otakar II, de apenas un cuarto de siglo (1253-1278), fue un asombroso intento de convertir Bohemia en una gran potencia centroeuropea, o incluso europea. El rey emprendió una campaña contra los paganos prusianos y fundó la ciudad de Königsberg, que lleva su nombre. Luego se volvió hacia las tierras austríacas que, tras la extinción de la dinastía de los Babenberg, habían quedado sin señor, y se convirtió en dueño de todos los pequeños ducados desde Austria hasta el mar Adriático. También compitió por el título imperial y, de no haberlo obtenido su rival, el entonces desconocido Rodolfo de Habsburgo, de Suiza, quién sabe, quizá la lengua checa habría sido el latín de Europa Central durante seiscientos años. Sin embargo, Rodolfo de Habsburgo, ya como emperador, ocupó los principados austríacos y los convirtió en propiedad de su propia familia, y luego, en 1278, con el apoyo del rey húngaro Ladislao IV, derrotó y mató a Otakar en Marchfeld. Fue el final de un glorioso sueño checo que acabaría resurgiendo como fantasma en la conferencia de Versalles, en la idea de un «corredor checo» hacia el mar Adriático.

Sin embargo, el mayor enemigo de Otakar no fue el emperador Rodolfo, sino la familia Witiko/Vítkovci, que gobernaba la Tierra de la Rosa. Para ellos, las conquistas de Otakar en Austria eran una especie de maniobra envolvente en torno a sus provincias sudbohemias, centradas en Český Krumlov y Jindřichův Hradec. Por ello, hicieron todo lo posible por interponerse en su camino, y la derrota final de Otakar también fue causada por la rebelión y traición de la familia durante su guerra con Rodolfo.

La guerra entre la casa real y la familia Witiko también se plasmó en una serie de fundaciones simbólicas. Estas se realizaron sobre todo a lo largo del Moldava, que —tanto la vía fluvial como la carretera de su valle— era la ruta más importante entre la parte norte del país, dominada por el rey, y la meridional Tierra de la Rosa. En la cima de su poder, Otakar II fundó la ciudad de Budweis (České Budějovice) y el monasterio cisterciense de Zlatá Koruna, en lo más profundo del corazón de la Tierra de la Rosa, para frenar la expansión de los Witiko. Estos los derrocaron y luego invadieron el territorio real y se apoderaron de los castillos de Orlík y Zvíkov, fundados por Otakar en el curso bajo del Moldava, que se convirtieron así en avanzadillas de la Tierra de la Rosa en territorio real.

Orlík y Zvíkov fueron en su día parte de los nidos de águila que dominaban las rocas a lo largo del Moldava, que Smetana pinta tan bellamente hacia el final de su poema sinfónico Vltava. Hoy, sin embargo, no queda rastro de las rocas. La presa de Orlík elevó el nivel del agua del Moldava hasta el pie del castillo, convirtiendo al águila de los acantilados en águila pescadora. La manera más sencilla de cubrir los 15 kilómetros que separan ambos castillos es en barco. Sale de Orlík a las 10:30, 11:30 y 15:00, y una hora más tarde regresa de Zvíkov. Desde aquí, desde el frente acuático, se obtiene la mejor vista de ambos castillos, que fueron diseñados para dominar el valle.
 

Wilhelm Ströminger (1845-1901): Burg Worlik (arriba) y Orlík hoy (abajo)


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Karl Liebscher (1856-1906): Burg Klingenberg (arriba) y Zvíkov hoy (abajo).


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Červená Lhota es un hermoso representante de los pequeños señoríos encajados entre los dos poderes bohemios, justo en la frontera norte de la Tierra de la Rosa, a apenas veinte kilómetros de Jindřichův Hradec. Las familias que la han poseído han cambiado casi generación tras generación desde el siglo XIV. El castillo gótico fue reconstruido en estilo renacentista por la vieja familia bohemia Káb de Rybňan entre 1542 y 1555. Sus últimos dueños son, desde 1835, los príncipes sajones Schönburg-Hartenstein, que dejaron el mobiliario actual. El hermoso pequeño castillo renacentista, de planta cuadrada regular, se levanta sobre una roca granítica rodeada por un lago, formado por una presa en el arroyo Dírenský. Cuando llegamos, el lecho del lago está siendo limpiado, el agua se ha vaciado, de modo que solo un hilo de agua lo atravesaba, y el castillo se erguía sobre el lecho seco como si estuviera a la orilla del mar con la marea baja. Tampoco está mal.


 

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Continuará


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