El pozo del elefante

Diez kilómetros al oeste de Córdoba se halla Madīnat al-Zahrā’, la Ciudad Resplandeciente, construida como la ciudad más hermosa del mundo por Abderramán III en el año 929, con ocasión de proclamarse a sí mismo califa de al-Ándalus en reivindicación de su independencia del califa suní de Bagdad y del califa chií de El Cairo. Hoy sólo se conserva la parte central de la ciudad, despojada de todos sus adornos, relieves y nobles revestimientos murales, pero incluso en ruinas testimonia con claridad su antigua belleza y riqueza.

Justo por encima de la ciudad se eleva Sierra Morena, un parque nacional cuyas fuentes abastecían antaño de agua la ciudad. Una de estas fuentes se encuentra unos kilómetros por encima del antiguo núcleo urbano, en la plaza mayor de la actual localidad de Santa María de Trassierra. La fuente está hoy rodeada por un brocal regular de granito, coronado por un gran animal tallado en caliza rosada. Su forma, orejas y patas son de elefante; sólo su nariz es demasiado corta, como si al escultor le resultara imposible aceptar la existencia de un animal que llevara la cola en la cara. 

Aunque la estatua parece vieja, no es más que la copia de una realmente muy antigua. Su original estuvo en el bosque, a un kilómetro de distancia, durante mil años, hasta 1988, cuando fue trasladada al patio del Palacio Arzobispal de Córdoba. Desde entonces, una copia se alza también en el lugar original, pero, para lucirse no sólo ante los senderistas, sino también ante todos los visitantes de la localidad —por ejemplo, ante quienes acuden al excelente restaurante Candil, al otro lado de la calle—, el ayuntamiento colocó aquí otra copia, en la plaza mayor. Ninguna de las tres tiene placa informativa alguna.   


Según la datación por radiocarbono, la escultura original pudo haber sido creada en algún momento entre 982 y 1193, es decir, durante el apogeo de la Ciudad Resplandeciente. También conocemos su causa y función. Estaba junto al acueducto de Valdepuentes, conocido por los latinos como Aqua Vetus o Aqua Augusta, que había abastecido de agua a la creciente ciudad de Corduba desde la época del emperador Augusto. El arquitecto de la Ciudad Resplandeciente, Maslama ben Abdallah, renovó este acueducto en la década de 930 para proveer de agua a la ciudad califal. Y no mucho después, el califa Abderramán, o uno de sus altos cortesanos, hizo construir aquí un jardín de recreo, en el Valle de las Rosas, que también era irrigado por el agua del Aqua Vetus. Como evidencia la abertura en su frente y el hueco de un tubo tallado en su sien, el elefante era la estatua-manantial de esta agua en algún punto destacado del jardín, igual que los leones del jardín de la Alhambra.

Los orígenes del elefante, como la mayoría de las reliquias de al-Ándalus, están envueltos en una leyenda que Manuel Pimentel ha incluido en su libro de leyendas de Medina Azahara. La leyenda, como los cuentos de Las mil y una noches, tiene una estructura en espiral: al asomarnos a ella, vemos otra leyenda detrás. Según esta, Maslama ben Abdallah deambulaba por la sierra Morena en busca de materiales de construcción para la nueva ciudad del califa, y en todas partes hablaba con los lugareños con la esperanza de obtener información sobre los materiales del lugar. Así trabó contacto con un ermitaño del bosque, conocedor de las tradiciones del mundo cristiano de dos siglos atrás, quien le contó la siguiente leyenda:


Los romanos que conquistaron la Hispania meridional tuvieron que librar la guerra contra los cartagineses, que consideraban la región parte de su propio imperio colonial. Para combatirlos con armas equivalentes a las suyas, se trajeron desde el norte de África un gran grupo de elefantes de guerra, y con su ayuda pudieron expulsar a los cartagineses. Después, los elefantes fueron acantonados en la sede de la legión al pie de Sierra Morena, pero su alimentación durante los años secos y estériles puso a prueba la capacidad logística del campamento. Finalmente, el centurión encargado del campamento decidió que, puesto que la amenaza cartaginesa había terminado, los elefantes debían ser sacrificados. Sin embargo, su cuidador, que les tenía lástima, prefirió liberarlos. La manada se dirigió a las montañas verdes, donde el elefante guía se detuvo en un punto del valle y arrancó una gran roca del suelo. De debajo de la roca brotó abundante agua, que se acumuló en forma de un gran lago al pie de las peñas.
 

Informado de la existencia de la fuente, el centurión se apresuró al lugar. Sin embargo, resbaló en la orilla del lago recién formado y cayó al agua. Su armadura lo habría arrastrado hasta el fondo, pero el elefante se estiró hacia él y con su trompa lo sacó a la orilla. El centurión ordenó entonces que los elefantes recibieran abundante provisión hasta su muerte. Desde el lago se construyó un acueducto para abastecer el centro de la provincia, Corduba. Y en las décadas que siguieron, a menudo se veía a los dos viejos machos, el centurión y el elefante, paseando juntos por las montañas sobre la ciudad.

Pilato y su perro caminando con Ha-Nocri hasta el fin de los tiempos, en la película de Vladímir Bortkó El maestro y Margarita

Al oír la leyenda, Maslama ben Abdallah renovó el acueducto romano y condujo el agua del Pozo del Elefante a la nueva ciudad del califa. Y cuando el ermitaño murió, mandó tallar una estatua de elefante a la orilla del lago en memoria suya y de su historia.

La estatua original junto al Aqua Vetus en la década de 1930

Hasta aquí la leyenda. Su núcleo es, sin duda, un intento de explicar el origen del lago formado junto a las ruinas del acueducto. Y el elefante es una estatua-pozo árabe erigida tras su restauración, una obra única en el arte musulmán, que por lo demás rechaza las esculturas y la representación de seres vivos. Sin embargo, en al-Ándalus, que vivía en estrecho contacto con la cultura europea, esta prohibición se suavizó en muchos casos, como veremos más adelante.

El Conejo Sabio y el Rey Elefante en el Pozo de la Luna. De la colección de cuentos de animales árabes Kalila wa Dimna, siglo XVI, MET


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