Sus majestades los Reyes Magos visitan puntualmente nuestro Río Wang año tras año. Primero descendieron de las puertas de bronce de la catedral de Pisa, demostrando, con representaciones paleocristianas y ortodoxas, que en este mundo sólo podemos verlos «como en un espejo, oscuramente», y que no podemos saber nada sobre su verdadera identidad. Luego los encontramos a ellos y a otros reyes en Persia, comprensiblemente, puesto que según la tradición más antigua de allí procedían. Más tarde vimos cómo los reyes sin corona de Florencia, los Médici, convirtieron la procesión de los Tres Reyes Magos en una fiesta ciudadana que ensalzaba el poder de su familia, y cómo la inmortalizaron en numerosas obras de arte públicas con los más grandes artistas —Fra Angelico, Botticelli o Leonardo—, mientras reservaban la representación más espléndida para su capilla privada en el Palacio Médici. Y este año vienen de París.
En el famoso libro de Las muy ricas horas del duque de Berry, obra maestra del arte manuscrito gótico franco-flamenco, pintado por los hermanos Limbourg entre 1412 y 1416, la Fiesta de los Magos está ilustrada por una doble miniatura en las páginas 51v-52r. La doble representación a página completa marca la importancia de la fiesta para la aristocracia contemporánea. Sin embargo, es extraño que las dos miniaturas pintadas en dos hojas separadas de pergamino fueran insertadas retrospectivamente en el códice, en la sección navideña de las laudes marianas.
En la imagen de la derecha vemos una escena tradicional –aunque hiperpoblada– de la Adoración. Los Magos llegan con un enorme cortejo principesco ante la Sagrada Familia, sentada en el establo. El rey más anciano ya está arrodillado ante el Rey de Reyes y le ofrece su presente. Al fondo, en una colina verde, los pastores que cuidan sus rebaños miran al cielo donde, en una luneta celestial que sobresale del mundo terreno, vemos tanto los coros angélicos anunciando el nacimiento como la estrella de Belén que ha guiado a los Magos.
A la izquierda, sin embargo, el episodio que vemos no es el usual. Los tres Magos y su séquito avanzan desde tres ángulos distinntos hacia la columna gótica con imágenes del centro. Tales columnas de imágenes junto a los caminos, mostrando estatuas o pinturas de santos que bendecían el trayecto de los viajeros, bordeaban la ruta de París a Saint-Denis. A su alrededor se oscurece la tierra yerma, con animales que suelen simbolizar el desierto de Belén, como el león y el oso (este último es también el animal del blasón del duque de Berry). Y al fondo destaca, bajo un sol dorado, una ciudad magnífica, que podría ser Jerusalén. Sin embargo, queda identificada sin dar lugar a dudas por los edificios característicos del París medieval —Notre-Dame, la Sainte-Chapelle y el Louvre—, que también aparecen en miniaturas anteriores del códice.
El desierto y la ciudad designan a Belén y Jerusalén, y los tres grupos sugieren que los tres Magos se encontraron por primera vez en Belén. Y sin embargo, en los Evangelios se afirma que llegaron juntos a la ciudad santa para preguntar por el rey de los judíos recién nacido, cuya estrella vieron en Oriente.
Resulta que los hermanos Limbourg y sus contemporáneos leían más cosas que el Evangelio de Mateo. La información lacónica de los Evangelios era fácilmente desarrollada en la imaginación de las gentes medievales, que preferían acudir a historias precedentes más pintorescas frente a las anotaciones breves y más bien secas, in medias res, como «Su madre María estaba desposada con José, pero antes de unirse, se halló encinta por obra del Espíritu Santo», o «Después de que Jesús nació en Belén de Judea, en tiempos del rey Herodes, unos Magos que venían de Oriente llegaron a Jerusalén y preguntaron». Tal era el Evangelio de Santiago (Protoevangelium Jacobi), que cuenta la historia de María desde su concepción hasta la de Jesús. O el libro de la Historia trium regum, la Historia de los Tres Reyes, es decir, los Magos.
El libro fue escrito por el monje carmelita Johannes de Hildesheim (1310-1375), autor de varias otras obras populares, en algún momento posterior a 1364 por encargo del obispo de Münster para ofrecer un digno trasfondo espiritual e histórico a las reliquias de los Magos veneradas en Colonia. Las reliquias habían sido recogidas por la emperatriz Elena, madre de Constantino el Grande, en Tierra Santa, desde donde las llevó a Santa Sofía en Constantinopla, y más tarde fueron confiadas por Constantino a la custodia del obispo Eustorgio de Milán. Desde Milán fueron enviadas a Colonia durante la Querella de las Investiduras por el emperador Federico Barbarroja en 1164, después de conquistar la ciudad. En Colonia atrajeron a multitudes de peregrinos a lo largo de la Edad Media. La Historia trium regum, traducida inmediatamente a lenguas vernáculas —alemán, francés, flamenco e inglés—, les servía de vademécum.
Relicario con los restos de los Magos en la catedral de Colonia, 1181-1230, obra de Nicolás de Verdún, la obra maestra de la orfebrería del Mosa
Este libro reunió todo cuanto vale o no la pena saber sobre los Magos a partir de diversas fuentes auténticas o imaginadas. Ofrece una descripción detallada de sus países, «Las Tres Indias» (una de las cuales parece haber estado en algún lugar de Nubia), sus costumbres y bienes, y cómo los tres reyes advirtieron la Estrella de Belén independientemente unos de otros, cómo compusieron un séquito fastuoso, y cómo llegaron milagrosamente en sólo doce días a Jerusalén. Pero cuando estaban apenas a dos millas de la ciudad, una gran nube oscura cubrió el cielo y la estrella, «como dice Isaías», escribe Johannes: «Levántate, Jerusalén, resplandece, que ha llegado tu luz y la gloria del Señor amanece sobre ti. Mira: oscuridad cubre la tierra y densas tinieblas a los pueblos, pero sobre ti amanecerá el Señor y su gloria aparecerá sobre ti. Caminarán las naciones a tu luz, y los reyes al resplandor de tu aurora.» (Is 60,1-3).
Palestrina: Surge, illuminare Jerusalem (Levanta, resplandece, Jerusalén) (1575) – Tallis Scholars
Y «bajo la nube se acercaron más y más a Jerusalén, y finalmente se encontraron a los pies de la ciudad, y enviaron embajadores unos a otros y se preguntaron mutuamente qué buscaban allí. Y cuando resultó que todos estaban implicados en la misma cuestión, se alegraron mucho y cabalgaron juntos, abrazándose y besándose unos a otros, y su determinación de buscar más se hizo aún más fuerte y ardiente.»
Descripción del encuentro en la edición alemana de 1483 de la Historia trium regum. Estrasburgo, Heinrich Knoblotzer
Así, la primera miniatura representa este momento apócrifo: cuando los tres gobernantes de «Las Tres Indias», guiados por una misma estrella, finalmente se encuentran bajo Jerusalén en un cruce de caminos localizado por la Historia en algún punto entre el Gólgota y el Monte de los Olivos, ambos situados fuera de la ciudad en aquel tiempo.
Y la representación de los Magos debe algo más a la Historia. Los capítulos anteriores describen con detalle cuántos tesoros, equipajes preciosos y grandes séquitos —«riche tresoure and riche ornamentis and grete multitude of pepil», como dice la traducción inglesa contemporánea— reunieron los Reyes Magos antes de partir, cumpliendo así la profecía de Isaías citada arriba: «Caminarán las naciones a tu luz, y los reyes al resplandor de tu aurora. Levanta tus ojos y mira alrededor: … La riqueza del mar se volcará sobre ti, a ti vendrán las riquezas de las naciones. Te cubrirán hileras de camellos, camellos jóvenes de Madián y de Efá. Todos vendrán de Sabá, trayendo oro e incienso y proclamando las alabanzas del Señor. Se reunirán para ti todos los rebaños de Quedar, los carneros de Nebayot estarán a tu servicio; serán aceptados como ofrenda en mi altar, y yo embelleceré mi glorioso templo. ¿Quiénes son estos que vuelan como nubes, como palomas a sus nidos? Sin duda, las islas esperan en mí; y en primera línea, las naves de Tarsis, trayendo a tus hijos desde lejos, con su plata y su oro, para gloria del Señor tu Dios.» (Is 60,3-9).
Y así es como la escena de la Adoración de los Magos se desarrolla, pasando de una composición previa de tres figuras a una procesión rica que cubre todo el paisaje, algo verdaderamente propio de reyes, con la que los clientes aristocráticos gustaban de identificarse. No es casualidad que la primera representación de este tenor aparezca en el Libro de Horas del duque de Berry, hijo de un rey de Francia, apenas unas décadas después de la traducción francesa de la Historia. Y este atractivo modelo será pronto seguido por otros encargos representativos. Con la difusión del Gótico Internacional desde la corte de París, la nueva composición llega a la corte de Aviñón, y desde allí a la pintura de Siena y Florencia, donde, en ausencia de aristócratas superiores, los emergentes Médici la adoptan y se retratan a sí mismos en la figura de unos reyes que dirigen su riqueza a fines piadosos.
Bartolo di Fredi: Adoración de los Reyes, 1375-85, originalmente en la catedral de Siena, hoy en la Pinacoteca Nazionale de dicha ciudad
Gentile da Fabriano: Adoración de los Reyes, 1423, hoy en los Uffizi (clicad sobre la imagen para los magníficos detalles)
La marcha de los Tres Reyes en los muros del Palacio Médici en Florencia, 1459. Detalle con los retratos de la familia Médici, y con un Lorenzo il Magnifico de doce años en el centro. Para ver el fresco completo y su historia, id a nuestra entrada anterior







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