Anteayer, 8 de octubre, murió en Teherán Mohammad Reza Shajarian, el más grande entre los cantantes de música clásica persa.
Llevaba muchos años con un cáncer de riñón. Ya en 2016, con el característico humor sarcástico persa, se refería a la enfermedad como su «vieja amiga». Pero siguió actuando. Yo mismo pude escucharlo en conciertos en Berlín y en Isfahán: estaba en los huesos pero su voz… seguía siendo aquella voz maravillosa, capaz de dominar mil matices, desde un tarareo pensativo hasta una rebelión rugiente.
Nació en 1940 en Mashhad, en Jorasán, una de las ciudades más conservadoras de Irán. Su padre era recitador del Corán y enseñó a su hijo. Para él, cualquier otro tipo de música era haram, prohibida, música pagana. Pero su tío, que también era cantante y un gran amante de la música, lo introdujo en la música clásica y popular persa.
La música clásica persa aún no es muy conocida en Europa, apenas un manjar para gourmets. Pero merece ponerse a la altura de la música clásica europea. En parte porque nos habla desde miles de años de antigüedad. La música de los palacios persas influye en la música europea a través de la música griega, siendo, entre otras cosas, origen del sistema tonal. Y en mayor parte porque es igual de refinada y deslumbrante. Ese tipo de música que uno escucha embelesado durante horas, como una sonata para violín de Bach. Ya he publicado algunos ejemplos aquí en el blog; se pueden encontrar en la columna «Música» del post de conjunto Cartas persas.
A los doce años, Shajarian ya había aprendido el canon rigurosamente estructurado de la música persa, el radif, y a los diecinueve actuaba en Radio Jorasán, y luego en la radio y televisión estatales iraníes. En dos décadas se convirtió en una de las figuras más grandes de la música iraní. El 8 de septiembre de 1978, cuando el sha Reza Pahlevi declaró la ley marcial y el ejército abrió fuego contra los manifestantes reunidos en la plaza Jaleh de Teherán, las principales figuras de la música iraní escribieron una carta de protesta al gobierno, renunciando a todas sus apariciones en la radio estatal. La carta la redactó el propio Shajarian. Fue en ese periodo cuando organizó la Sociedad Cultural y Artística Chavosh, en la que, junto con muchos otros destacados músicos clásicos, componían e interpretaban canciones revolucionarias y de protesta.
Tras el triunfo de la revolución anti-sha en enero de 1979, en febrero llegó el ayatolá Jomeini del exilio en París. A través de sus guerrilleros armados, destruyó sistemáticamente a los organizadores burgueses y de izquierdas de la revolución, y estableció una república islámica. Shajarian se retiró. La radio islámica siguió difundiendo sus canciones como las del bardo de la revolución, pero no volvió a aparecer hasta 1985, esta vez con canciones contra el nuevo régimen. El título de su nuevo álbum, Bidâd, significaba tanto «injusticia» como «sin voz». Las letras de las melodías clásicas proceden del Hafez del siglo XIV. «Esta casa fue la tierra de los compañeros y de los bondadosos», canta Shajarian con palabras de Hafez. «¿Cuándo terminó la bondad? ¿Qué fue de la tierra de los compañeros?»
A partir de entonces, actuó de manera continua y publicó numerosos discos con melodías clásicas y poemas de poetas persas clásicos, siempre con alusiones metafóricas contra el régimen (lo cual muestra que la rebelión soterrada contra el sistema opresivo cuenta con muchos siglos de tradición en la poesía persa). Ya he citado aquí en el blog una de sus canciones más populares, El pájaro de la mañana, muy cantada hoy en día, junto con una traducción, así como el diagnóstico de la tiranía, Es invierno. Estas canciones, aunque comprendidas por todos, aún no habían prendido la mecha de la censura iraní. El régimen lo necesitaba demasiado.
Sin embargo, tras la brutal represión de la «Revolución Verde» de 2009, Shajarian anunció abiertamente —igual que lo había hecho bajo el sha— que prohibía nuevas interpretaciones de sus canciones revolucionarias de 1979 en la radio y la televisión estatales, porque consideraba cínico que un régimen que había sofocado de este modo una protesta las utilizara para sus fines. El régimen tomó represalias de la forma más primitiva, como es habitual en los sistemas represivos. Al maestro se le impuso el silencio: ya no podía actuar ni grabar en Irán, y su famoso Rabbana, la oración que rompe el ayuno del Ramadán cada noche —que se remonta a sus raíces infantiles como recitador coránico, y que había sido emitida ininterrumpidamente por los medios estatales desde 1979— fue retirada de la programación. «El Ramadán sin Rabbana es como la Navidad sin villancicos», explicó uno de sus admiradores al Guardian. Desde entonces, sólo pudo realizar giras en el extranjero. Yo mismo pude escucharlo varias veces en Berlín junto a los mayores intérpretes de música instrumental persa: Hosein Alizadeh al târ y Kayhan Kalhor al kamanche.
Hablando de recuerdos personales: escuché al Maestro por primera vez en directo en 2007. Programamos nuestro viaje a Irán para poder asistir al concierto, cuya fecha me habían comunicado mis amigos persas. Sin embargo, en Teherán nadie sabía nada del concierto anunciado en la Sala Vahdat. Con nuestra entrada —adquirida para ese día— pudimos escuchar a un cantante de chanson ya mayor, un Karel Gott persa (aunque durante el descanso pude conocer a muchas figuras de la élite de Teherán). Luego resultó que el concierto se había trasladado a Isfahán. Fuimos allí de inmediato en tren (no fue fácil, ya que las estaciones seguían bajo control militar) y efectivamente encontramos la taquilla provisional instalada en la plaza mayor, en la planta baja del Palacio del Sha. «Pero esto es ese tipo de música… música persa, ya sabe», trató de explicarnos el vendedor de entradas como para que no nos decepcionáramos después. «Por supuesto. Para eso hemos venido. Conozco bien al Maestro, tengo todos sus CDs», dije con una sonrisa radiante. Llamaron al representante personal de Shajarian, y tuve que demostrarle que sabía de quién estaba hablando. Cuando por fin me creyó, nos dieron entradas VIP en la primera fila, junto a la hija de Shajarian. Y durante el descanso, el representante vino hacia nosotros. «El Maestro quiere verles.» Subimos al camerino, donde Shajarian nos dio las gracias con una modestia infinita y gratitud por haber venido desde la lejana Europa para escucharle. Pidió a su fotógrafo que tomara una foto conjunta y nos regaló unos CDs dedicados. De regreso a casa —bien pasada la medianoche, ya que el concierto duró cuatro horas— el taxista puso una cinta de Shajarian. Cuando vio que yo sabía quién cantaba y qué, rompió a llorar y me regaló la cinta.
Al difundirse la noticia de su muerte miles de seguidores reunidos ante el Hospital Jam convirtieron el luto público en protestas espontáneas contra el régimen. «Muerte al dictador. Shajarian no muere», coreaban.
Fue el mejor intérprete de una de las músicas más sutiles. Con él murió también un poco del mundo que esa música abre.
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llueve, oh lluvia, llueve,
corazón mío, vuélvete sangre, derrama sangre,
llueve, oh lluvia, llueve,
llueve, oh lluvia, llueve,
corazón mío, vuélvete sangre, derrama sangre,
llueve, oh lluvia, llueve,
llora con mi corazón, derrama sangre,
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ببار ای بارون ببار
دلا خون شو خون ببار
ببار ای بارون ببار
ببار ای بارون ببار
دلا خون شو خون ببار
ببار ای بارون ببار
با دلم گریه کن خون ببار
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