El patio de la Madre de Dios de las Tres Manos


La calle Laboratooriumi discurre junto a la muralla aún intacta de la ciudad, en la parte norte del casco antiguo de Tallin. A un lado está la muralla, y al otro, pequeñas casas que datan desde la Edad Media hasta el período ecléctico.




Frente a la Torre Plate, construida hacia 1410, está la casa medieval de un mercader, con el arco de su portalón. Lo abro. Al final de un zaguán largo y oscuro, el rectángulo soleado del patio. En medio del patio, un stárets alto, fuerte y de barba blanca está serrando una tabla con una garlopa, rodeado de cuatro o cinco niños pequeños. Un perrito me ve, y corre hacia mí con un ladrido furioso. Lo tranquilizo, y el stárets también le ordena volver.

—Buenas tardes, digo en ruso. Soy de Hungría.

—Ну, такой бывает, cosas que pasan, asiente con una sonrisa, y con una mirada interrogante espera la continuación.

—Hace poco escribí sobre el icono de la Madre de Dios de las Tres Manos, y ahora veo que aquí, en Tallin, tiene su propia iglesia. Me gustaría visitarla.

—Bueno, ahora está cerrada, dice. Pero venga mañana al oficio de las nueve.

—A esa hora ya no estaré en Tallin, le explico.

—Es una lástima. Nuestro sacerdote no está aquí, y solo él puede dejarle entrar en la iglesia. Pero al menos eche un vistazo alrededor.

Primero examino la instalación a lo largo del lado largo del patio. En un gran soporte hay siete iconos grandes de santos, con uno de tamaño doble del arcángel Miguel al final. Sobre ellos, una cita latina de Plauto: «Al hombre bueno se le da lo bueno, al malo se le da lo que merece». Bajo los iconos de los siete santos, se pueden leer también en latín los nombres de las siete virtudes. La presencia del latín es extraña aquí, en el patio de una iglesia greco-católica ucraniana, pero aún más lo es la de las siete virtudes y vicios principales, pues fueron desarrollados en la teología católica después del Gran Cisma de 1054, como sabemos por un magnífico estudio, Los siete pecados capitales, de Carla Casagrande, que traduje en 2011 para la editorial Europa.



Anatoli hace girar la rueda de bicicleta fijada al borde inferior izquierdo del soporte. Comienza un estruendo, un carro de madera tirado por el diablo empieza a moverse lentamente por unos rieles bajo los iconos, con figuras temibles entre las llamas pintadas. Va directamente hacia la boca del enorme dragón infernal que chasquea las fauces en el extremo izquierdo del recorrido. En el extremo opuesto, el timón de un barco gira y tintinea, con los nombres latinos de los siete pecados principales.







Mientras tanto, los iconos se abren uno por uno como retablos católicos medievales. Primero se revela el pecado principal contrario a la virtud correspondiente, no con la forma de un icono ortodoxo, sino en un estilo medieval vikingo-céltico. Luego se abre también esta imagen, y en la caja que hay detrás, como en un pequeño escenario, figuras de madera articuladas y paneles pintados plegables cuentan una historia retorcida del pecado y la virtud en cuestión. No son simples historias personales de tentación-caída-conversión, como en las leyendas medievales. Cada historia trata de una persona que peca de algún modo contra el mundo natural, extorsionando y destruyendo la creación por codicia, arrogancia o envidia. Las historias terminan con alguien rezando por él, de modo que recupera la cordura y derriba la fábrica destructiva, cierra la gran explotación ganadera que daña a los animales y al ambiente, detiene la contaminación petrolera, y así sucesivamente.
 

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«Normalmente educamos a los niños con esto. Y también con otras figuras», dice, y me cuenta la historia del pequeño caballo de madera que reúne a una familia rota.



Alabo con entusiasmo su creatividad, mencionando en especial algunos detalles.

—¿Tú también dibujas?, pregunta. Asiento. Desde ese momento, me presenta a los demás como un иконописец, pintor de iconos.

—Ven, echa un vistazo a nuestros talleres.

Los pisos de la casa medieval a lo largo del otro lado largo del patio están ocupados, en dos niveles, por talleres: un fabricante de papel, una imprenta y un scriptorium. Allí trabajan voluntarios estonios y ucranianos, imparten cursos, confeccionan postales, folletos y publicaciones. Ahora me doy cuenta de que vi su puesto en la feria del domingo.




 

  Formación en los talleres de Labora. Vídeo de Roman Dragunov

Los productos más sofisticados de los talleres son algunos libros fabricados totalmente a mano: desde el papel hasta la caligrafía, las ilustraciones y la encuadernación. Me muestran uno sobre la vida silvestre de Estonia. Se envió un ejemplar como regalo al papa Francisco y ahora se conserva en la Biblioteca Vaticana.




Otro se envió también a los hutsules de Galicia, a los que, según se desprende de sus referencias, Anatoli también pertenece. Una chica, calígrafa de Leópolis, va a mostrarme un tercero sobre la historia de Ucrania, pero justo entonces llega Anatoli para anunciar que el sacerdote ha venido, y que va abrirme la iglesia.

La iglesia se encuentra en un almacén medieval que da a la calle. Está cerrada hacia el exterior, con solo tres ventanas arqueadas que miran al patio. El iconostasio de madera está adornado también con iconos de Anatoli, incluida la Madre de Dios de las Tres Manos.






—La Madre de Dios de las Tres Manos es la patrona de los inocentes ultrajados, y ¿qué inocente está siendo hoy ultrajado de modo más feroz sino la naturaleza?, dice Anatoli, explicando la iconografía de los santos pintados. Entre ellos hay santos tanto ortodoxos como católicos: san Lauro y san Floro, patronos de los caballos; san Francisco de Asís con el lobo de Gubbio; y san Nicolás, que no solo es el protector de los pescadores, sino también de los peces.



La protección de la naturaleza está más allá del horizonte del pensamiento judeocristiano tradicional. El deber del hombre desde la creación es «dominar a los peces del mar y a las aves del cielo, al ganado y a todos los animales salvajes, y a todas las criaturas que se arrastran por el suelo» (Gén 1, 26). —Y dominar, gobernar, significa poder», comenta la Epístola de Bernabé del siglo I: —quien domina, manda. En la concepción cristiana tradicional, la totalidad de la naturaleza no es más que un recurso que Dios ha creado para el uso del hombre, con una abundancia inagotable. Ahora sabemos que no es así. Es necesario que ampliemos nuestra lectura, nuestro horizonte y que la naturaleza se convierta en nuestra hermana sufriente —toda la creación gime ahora con dolores de parto ahora, escribe san Pablo a los Romanos—. Nosotros somos los responsables.


La otra ampliación del horizonte es que aquí se toma en serio la universalidad del cristianismo. Dondequiera que vaya en Oriente, el clero ortodoxo desprecia a los cristianos occidentales como herejes. Sin embargo, aquí también se alinean santos católicos y el latín encuentra asimismo un lugar. En una de las puertas está pintado un fragmento de un pseudo-icono, que exhibe los nombres de las fundaciones Kirche in Not, Bonifatiuswerk y Renovabis, que han apoyado a los cristianos de Oriente durante más de siete décadas. En otra puerta, un gran icono —también llevado a la feria del domingo— con un retrato de santa Hildegarda de Bingen, rodeada de sus compañeras: las hierbas y árboles sobre los que escribió, y los animales que viven entre ellos.




Volvemos al patio. Anatoli me pone a trabajar como a un colega más para sostener una tabla: está haciendo un enorme icono de un ángel. —Tenemos una torre en esta calle, la estamos arreglando para una capilla de la Virgen María. ¿No tienes tiempo mañana por la mañana? —Lamentablemente, mi vuelo sale temprano, le recuerdo. —Bien, pues la próxima vez que vengas. С Богом, ve con Dios, me estrecha la mano.



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