
Cuando en el futuro los extraterrestres se pregunten qué seres vivos se extinguieron junto con la humanidad en el siglo XXI, llegarán a la sorprendente conclusión de que varios mamíferos tuvieron variantes aladas y que, aunque no se hayan conservado restos fósiles de ellas, será fácil encontrar sus representaciones. En conjunto, se concluirá, el hombre, el ganado y los leones tuvieron cada uno una subespecie alada. Pero la mutación más peculiar tuvo que ser el león alado de doble cola, ya fuera como resultado de alguno de los accidentes nucleares que precedieron a la destrucción de la humanidad, ya como un desarrollo selectivo paralelo a las alas, para el equilibrio aerodinámico. A falta de un esqueleto fósil, de este león alado de dos colas solo quedará como testimonio una estatua en la antigua
plaza Klárov de la vieja Praga, a orillas del Moldava, junto al estribo del Puente Mánes en el lado de Malá Strana.

La estatua, erigida gracias a una colecta de la comunidad británica en Chequia, conmemora a los leones checos alados que, en los años cuarenta, protegieron a los leones británicos terrestres de los ataques de las águilas alemanas.
La fuerza aérea de la República Checoslovaca se creó en 1918 y dejó de existir exactamente veinte años después, cuando el ejército alemán invasor la disolvió y confiscó sus aviones. La Luftwaffe ofreció acoger también a los pilotos checos, pero la gran mayoría prefirió largarse. Muchos se incorporaron a la Fuerza Aérea polaca y combatieron en sus filas en septiembre de 1939, pero luego huyeron del país junto con el resto del ejército polaco y siguieron luchando contra los alemanes en los cielos de otros países. La estatua, erigida como regalo de la comunidad británica en Chequia, conmemora a los 2.500 pilotos checos que defendieron Gran Bretaña durante la Batalla de Inglaterra, es decir, los continuos bombardeos alemanes de 1940 y 1941.

Al contemplar la estatua, recuerdo un encuentro anterior con uno de estos leones. Fue en el norte de Escocia, a orillas del estuario de Cromarty, en el
cementerio del hoy desaparecido pueblo de Kiltearn (en gaélico local, Cill Tighearna). Lloyd y yo nos desviamos de la carretera principal por un camino de tierra que lleva al cementerio, justo en la playa, en busca de las ruinas de la iglesia medieval y las tumbas de los lairds escoceses de la Edad Media. Nos sorprendió mucho ver, entre las tumbas de los lairds y los burgueses, un pequeño recinto de tumbas militares de los años cuarenta: tres canadienses, doce polacos y un piloto checo.

El sargento checo Jaroslav Kalášek tenía la misma edad que la Fuerza Aérea checoslovaca: nació en 1918 y murió en 1944. Según el registro checo de tumbas de guerra, huyó a Inglaterra en 1939, pasando por Hungría y Francia, es decir, junto con el ejército polaco al que Hungría, pese al disgusto de su aliada Alemania, dejó libre paso tras la invasión coordinada de Polonia por Alemania y la Unión Soviética. Sirvió en la unidad de guardacostas de la Fuerza Aérea británica, que defendía los centros industriales de Escocia frente a los bombardeos alemanes, convirtiendo así en cierto modo aquel litoral en una pequeña costa checa. Además de las tumbas de guerra, también recuerda su resistencia la isla artificial situada ante el pilar central del Puente Forth —Patrimonio de la Humanidad—, con los restos de una batería de defensa antiaérea que protegía la costa oriental de Escocia.

A los leones checos alados que sobrevivieron a la guerra les aguardaba en casa la damnatio memoriae. Durante las décadas de la Guerra Fría estaba terminantemente prohibido hablar del servicio de los pilotos checos en el ejército británico. Sin embargo, el régimen recordaba con precisión quiénes habían participado en este servicio oficialmente inexistente: fueron perseguidos, encarcelados como enemigos del sistema, obligados a realizar trabajos manuales y privados de sus pensiones. Solo fueron rehabilitados tras la Revolución de Terciopelo, mediante un decreto de Václav Havel del 29 de diciembre de 1989, que les devolvió su rango, su pensión y su lugar en la memoria histórica del país.
La colocación de este león alado de dos colas en 2014 forma también parte de los gestos de restitución de la memoria histórica. Sin embargo, no a todo el mundo le gusta. En 2014, la Český rozhlas publicó, con el título «Circo en Klárov», una crítica justificada de las diversas esculturas posmodernas que han ido apareciendo en esta plaza amorfa de Malá Strana, entre ellas «el león extraordinariamente mal modelado del escultor británico Colin Spofforth, que hace esculturas kitsch exclusivamente para centros comerciales y cuya obra nunca se habría debido mostrar en espacios públicos».

Pero Praga ha soportado estatuas aún peores. Esta también quedará como huella de nuestra época, o, como mucho, se pondrá en su lugar un metrónomo.



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