La granada y el zorzal de hierro. El legado Sevruguin en el Matenadaran

¿Quién podría determinar la nacionalidad de Antoine Sevruguin? Nacido en Teherán, hijo de un diplomático ruso y de la hija de una familia aristocrática georgiana, estudió fotografía en Tiflis en la década de 1860, igual que hicieron otros grandes fotógrafos caucásicos, Alexander Roinashvili y Dmitry Ermakov, pero puso sus conocimientos en práctica en Persia, donde se convirtió en fotógrafo de la corte de Naser al-Din Shah. Incluso enseñó al sha y a la aristocracia cortesana a hacer fotografías, lo que dio lugar a una serie de fotos privadas de los harenes aristocráticos. Se le concedió un rango nobiliario persa y fotografió durante décadas a los pueblos de Persia, pero utilizó siempre un nombre francés para subrayar su independencia. No fue hasta 2015 cuando se conocieron sus orígenes armenios, cuando su nieto, Emmanuel Sevrugian, ciudadano alemán, donó el legado familiar de Antoine y de su hijo André al Instituto Matenadaran de Manuscritos Armenios de Ereván.

La familia de Antoine Sevruguin hacia 1900. Sentados: Antoine, su segunda hija Olga, su esposa Louise, su primera hija Marie. De pie: sus dos hijos André y Sasha, y su hermano Emmanuel.

Antoine Sevruguin tomó cerca de siete mil fotografías de los pueblos de la Persia de finales del siglo XIX: persas, turcos, kurdos y las tribus montañesas del Zagros. Hoy en día, cuando en un viaje de diez días por Persia uno puede hacer tantas fotos digitales, este número parece pequeño, pero no lo era cuando cada placa de vidrio constituía el único resultado final de una tarea cuidadosamente preparada durante una expedición laboriosa. Y eso sin mencionar la calidad de las fotos de Sevruguin, el encuentro personal y el «encanto oriental» que irradian.
 


En la exposición recientemente inaugurada en el Matenadaran, el legado Sevruguin/Sevrugian se acompaña solo de unas pocas fotografías. De forma casi metafórica, la exposición se abre con dos figuras de hierro de finales del siglo XIX, colocadas en el mismo cubo de vidrio: una granada, símbolo de los armenios, y un zorzal de hierro, sobre el cual ya he escrito —y también lo contó Borges— que es un pájaro simbólico para los persas.



Gran parte del legado expuesto es papel: cartas, documentos, y libros impresos o manuscritos del siglo XIX, con las figuras de ojos grandes, ingenuas, de aire infantil, típicas de la era qajar tardía.

La historia de Yusuf y Zuleika (el bíblico José y la esposa de Putifar), 1841.

Y también algunos objetos personales del mismo periodo: adornos de aparador, cojines, platos con el símbolo de Persia —el sol y el león—. Las pocas cosas que una familia considera dignas de llevar consigo como recuerdo al emprender la emigración.




Escribiré más sobre las fotografías de Antoine Sevruguin, la crónica pictórica única de la Persia antigua, en la próxima entrada, con muchas ilustraciones.

 
Recolectores de estiércol, ca. 1880.
 
Mujeres de Lorestán (Montes Zagros), ca. 1880-90


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