Navidad en Mallorca

La cuestión de «dónde es la Navidad más hermosa» toca arquetipos emocionales. Para algunos, en las altas montañas, donde aún hay nieve auténtica y abundancia de pinos tan enormes que incluso el más pequeño supera al árbol de Navidad del Parlamento. Para otros, en los mares del sur, donde no hay nieve ni pinos, pero, en contraste, hay palmeras y calor. Ambas opciones ofrecen una vía de escape de la vida cotidiana hacia un mundo distinto, más limpio, ideal. Para mí, está donde tantas otras cosas son más hermosas: la playa, el naranjal y el olivar, y los setecientos años de resonancias en una sola voz de soprano en la catedral a oscuras en la noche de Navidad.


El Cant de la Sibiŀla, Mallorca. Jordi Savall, Montserrat Figueras, La Capella Reial de Catalunya, 1998 (36'50)

El mundo ideal también envía un mensaje incluso cuando no puedes llegar hasta él. Nadie pensaría en esta imagen como una postal navideña, aunque lo es. En la parte superior, sólo de forma indicativa, el mismo mar que en las imágenes de la entrada enlazada justo antes. En el fondo, los cipreses y las copas de los olivos. Y en primer plano, el jardín de Wang Wei, que hace un año sufrió una grave pérdida: tres grandes pinos arrancados por un vendaval. Pero el foco de la imagen no es la carencia, no la pérdida, sino la pequeña promesa roja que se alza en el alféizar de la ventana. Como en Cree en la primavera, de Fereidun Moshiri.

 

La postal en mi pequeña Kunstkammer doméstica, junto con una Venus mediterránea hallada junto a otro mar


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