La ropa europea

Uno de los mejores libros de idiomas del mundo es El principito. Está traducido incluso a las lenguas más pequeñas, casi todas cuentan con audiolibro, y su estructura —que avanza de lo sencillo a lo complejo— parece hecha a propósito como manual de aprendizaje. En el ejército, para matar el tiempo que se arrastraba, aprendí francés con Le petit princeps, y aún hoy me sé de memoria los primeros capítulos. Más tarde estudié chino con él, practiqué persa con la preciosa traducción y recitación del gran poeta moderno Ahmad Shamlou, y también lo usé para enseñar italiano. Lo tengo en multitud de versiones, entre ellas en dialecto vienés, en euskera, en dialecto romano e incluso en asirio. Pero curiosamente, en turco aún no lo tengo. No es que sea difícil de conseguir: a finales del año pasado expiró el copyright de las obras de Saint-Exupéry, desaparecido en 1944, y en los primeros días de enero nada menos que treinta editoriales turcas publicaron nuevas traducciones de la novela, más de 130.000 ejemplares, con ediciones a tan solo 1 lira, menos de medio euro.

Si alguien necesita un Küçük Prens en turco, este es el momento de hacerse con uno. Y no solo por el precio, sino también porque –como señala Kaya Genç en su entrada de blog– esta es la primera edición que por fin corrige un error de traducción que llevaba setenta años enquistado. Y para más inri, justo en el capítulo donde el autor menciona a los turcos:

«Tengo buenas razones para creer que el planeta del que vino el principito es el asteroide B-612. Solo una vez se observó esta estrellita con un telescopio: en 1909, gracias a un astrónomo turco.

En aquella ocasión, presentó su descubrimiento ante el Congreso Internacional de Astronomía. Pero, debido a su atuendo, nadie le creyó. Así son los adultos.

Por suerte para la fama del asteroide B-612, tiempo después un dictador turco ordenó a su pueblo, bajo pena de muerte, vestir a la europea. El astrónomo repitió su conferencia en 1920, esta vez con un traje elegantísimo. Y entonces sí, todos le dieron la razón.»

El «dictador turco» es, naturalmente, Kemal Atatürk, fundador del Estado laico turco, quien con su famoso «decreto del fez» de 1925 prohibió el fez, el velo y otras prendas tradicionales. Los dictadores, sin embargo, tienen la manía de no querer que los llamen dictadores. En Turquía sigue vigente una ley que castiga con tres años de prisión cualquier ofensa contra Atatürk, el «padre de los turcos». Comprensible, pues, que los traductores hayan evitado hasta ahora esa palabra.

Ahmet Muhip Dıranas, traductor de Baudelaire al turco y primer traductor de El principito en 1953 para la revista Çocuk ve Yuva (Niño y Hogar), creada para ayudar a los huérfanos de la Primera Guerra Mundial, intentó esquivar así el disgusto de quienes, por entonces, ya eran huérfanos cuarentones:

«Afortunadamente, guiados por un gran líder, los turcos empezaron a vestir a la europea…»

La siguiente traducción, realizada en 1995 por Tomris Uyar y Cemal Süreya, ya lo expresó de otra manera:

«Un dirigente turco autoritario promulgó un día una ley según la cual, de ahí en adelante, todos debían vestir a la europea; quien no lo hiciera, sería condenado a muerte.»

La traducción de 2015, escribe Kaya Genç, reproduce por fin con exactitud la frase original francesa. «Todavía no se ha presentado ninguna denuncia», concluye. En realidad, la cosa no es tan sencilla.

De hecho, sí hubo una protesta oficial, aunque no por parte del ejército —que tiene fama de ser laico— ni de ningún fan club devoto de Atatürk. La objeción apareció en la página del sindicato de trabajadores de la educación y la ciencia de Turquía, exigiendo que un libro con una palabra prohibida fuera retirado de la lista de lecturas recomendadas por el Ministerio de Educación.

Los dictadores tienen el brazo largo, y aun desde lejos intentan impedir que llamemos a las cosas por su nombre. Justo por eso se les reconoce.

Caricatura de Selçuk Erdem

Continuará…

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