Lahvová pošta, correo en botella. Casi parece absurdo que incluso en una lengua donde jamás se han encontrado con algo así, exista una palabra para nombrarlo. A Chequia la naturaleza le negó el mar. Así que fue la literatura la que tuvo que regalárselo: Shakespeare en El cuento de invierno, y ahora Radek Malý en su recién publicado libro de poemas infantiles Moře slané vody, El mar de agua salada.
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Zavřete oči. |
Cierra los ojos. |
Como alguien nacido también en un país sin mar, muy bien entiendo ese anhelo. Cómo uno intenta imaginar el otro infinito a partir del cielo azul, sueña con conchas, barcos, islas, se prepara para ser marinero en un barrio de interior, y finalmente llega el primer encuentro.
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První vzpomínka |
Primer recuerdo |
Blessed shore, costa bendita, dice Shakespeare sobre la costa checa, y así debe de ser. Pero añade también: unpathed waters, undreamed shores, aguas sin camino, orillas nunca soñadas, lo cual no puede ser cierto, porque aparecen en tantos sueños, uno las recorre una y otra vez.
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O cestĕ |
Sobre el camino |
Lo hermoso de estos poemas infantiles es que no son pedestres, ni moralistas, ni incómodamente graciosos, como tantos escritos por adultos para niños. Son amplios, personales, abiertos, como el mar, y como los sueños. Y en la costa checa, ambos se tocan.
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Velrybo velrybičko |
Ballena, ballenita |
Y las ilustraciones, los dibujos de Pavel Čech, también parecen sueños. Como los sueños de los niños: un puñadito de sal, un chorrito de tinta, un barreño de agua… y aparece el mar infinito. Igual que los sueños checos. ¿Quién, viendo la pared desconchada y el marco gastado, no reconocería allí el barreño de Josef Sudek? Y desde entonces, ¿quién no vería en el barreño y el vaso de Sudek el mismo mar de Pavel Čech?











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