La ciudad en silencio


Ayer salí de mi apartamento a las calles de una ciudad desconocida; una ciudad prácticamente sin gente. Cada año, Praga recibe a millones de visitantes. Invaden los monumentos, congestionan las calles. Engullen la cerveza y gastan fajos de billetes en baratijas de mal gusto. Algunos se desmayan ante el barroquismo absoluto de la ciudad; otros dejan grafitis en las más preciadas piedras. A veces se ríen sin vergüenza de cosas que los praguenses se toman en serio, y a veces se quedan maravillados ante cosas que los locales encuentran triviales. Hoy, es como si hubiera pasado un tornado y se los hubiese llevado a todos.
 
No solo a los visitantes, sino también a los propios habitantes. Por decreto gubernamental, a partir de la medianoche de hoy, cualquiera que no tenga una razón válida para estar en espacios públicos debe quedarse en casa. Es por nuestra propia seguridad y por la de los demás.

Anoche salí una última vez antes de que bajara el telón. El planeta Venus, lo bastante brillante como para proyectar una sombra, cuelga en el cielo del norte. La luz de una večerka de la esquina (tienda con horario prolongado) se derrama sobre la calle mientras el tendero se prepara para cerrar. Me detengo, no lejos de Loreta. De pie en las calles vacías de Nový Svět (Nuevo Mundo), escucho la campana lejana de la catedral de San Vito en Hradčany marcar las once.


Grabación de Lloyd Dunn

Qué nuevo mundo nos espera cuando todo esto termine.


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