A través de las montañas de los Asesinos

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Hice este viaje en octubre de 2016. Por entonces todavía no tenía un método para organizar la crónica continua de cada viaje —eso evolucionó solo más tarde, con los resúmenes «minuto a minuto», que iban creciendo cada noche, a veces hasta alcanzar el tamaño de un culebrón—, así que lo que hice en aquella ocasión fue componer y publicar una pequeña historia cada día, y solo después reuní el relato del viaje completo ordenado cronológicamente y enlazando las entradas ya publicadas en sus lugares correspondientes. Así que estas son las entradas sobre el viaje a través de las montañas del norte de Irán. Llevan ya mucho tiempo en el blog:

Un pastor bajo Alamut: aproximación al castillo de los Asesinos del Viejo de la Montaña.

De Alamut al mar: descripción de un trayecto que no figura en ninguna guía, en el que se explora cómo se puede cruzar la cresta del Alborz y descender al mar Caspio una vez alcanzado el castillo de los Asesinos, el último punto mencionado por las guías.

Cementerio polaco en la orilla del Caspio (también en polaco): exploración del cementerio en la ciudad portuaria de Bandar-e Anzali (hasta 1980, Pahlavi), abierto en 1942 para enterrar a los fallecidos entre los deportados polacos rescatados de la Unión Soviética.

Masouleh, 2016: dos días en esta ciudad patrimonio mundial en el corazón del Alborz, asistiendo a la festividad de duelo de Moharram.

El mausoleo del kan Öljeitü en Soltaniye: la primera y única parada de una entrada de «Kurdistán minuto a minuto», pues se han perdido las fotos de las siguientes paradas.

• y Otoño en Irán, minuto a minuto:   este fue el diario cronológico completo escrito después, al que enlacé las entradas anteriores, y en el que solo llegué hasta Masouleh.

Si tienes curiosidad por el viaje entero, lee las entradas anteriores en el orden que las he dispuesto, y después continuaremos juntos desde aquí.

En primer lugar: ¿por qué se nos ha ocurrido viajar hasta este lugar en concreto? La mayoría de nosotros, si una vez en la vida podemos visitar Irán, casi con seguridad seguiríamos la ruta de las ciudades históricas desde Teherán, pasando por Isfahán, hasta Persépolis y Shiraz. ¿Qué hay aquí, en las estériles montañas fronterizas del norte de Irán, que merezca una visita en lugar de la mezquita del Shah en Isfahán y las rosas de Shiraz?

La primera respuesta es: nada. No son cosas comparables. Cuando, hace unos veinte años, fui a Irán por primera vez, también visité esa serie de ciudades históricas. A las regiones fronterizas de Irán se va una vez que has saboreado la nuez. Además, en este caso mis compañeros de viaje también sabían que tras la semana de recorrido por el Alborz verían asimismo las ciudades históricas. El viaje se organizó de tal manera que la semana siguiente coincidiera con Ashura, la mayor celebración religiosa de Irán, que se celebra de forma especialmente bella en las ciudades históricas, así que también las veríamos. Por eso ya nos encontraremos con los preparativos festivos en las localidades del Alborz, como lo describo y fotografío en la entrada anterior sobre Masouleh.

La segunda respuesta es que aquí, en las montañas del Alborz, antaño casi infranqueables, se esconden los castillos de los Asesinos, de los que leí por primera vez de niño, en Marco Polo, y a los que había querido llegar desde entonces. Marco Polo elaboró su propia versión «romántica» de la historia a partir de los cruzados, que eran enemigos jurados de los Asesinos; no es de extrañar, pues, que tenga connotaciones negativas. Según ese relato, el Viejo de la Montaña, un astuto jeque musulmán, se apoderó del castillo local de Alamut. Sus guardias vigilaban los caminos día y noche y cuando un joven se acercaba al castillo era invitado a cenar. Durante la cena, el Viejo le daba hachís —de ahí la etimología ingenua hashashin–assassin— y el joven se dormía. Al despertar, se encontraba en un jardín suntuoso construido en un valle verde detrás del castillo, provisto de todas las cosas buenas de la tierra, y las más bellas huríes satisfacían todos sus deseos. Cuando preguntaba dónde estaba las huríes respondían que en el Paraíso, adonde lo había enviado el Viejo de la Montaña, pues estaba en su poder. Luego, al final del mejor día de su vida, le daban hachís de nuevo y a la mañana siguiente despertaba en el comedor del castillo, apoyado en la mesa donde se había dormido dos días antes. Y el Viejo le decía que si entraba a su servicio y cumplía todas sus órdenes con obediencia incondicional, sería enviado al Paraíso en cualquier otro momento, pero con toda seguridad al final de su vida.
 

El Viejo de la Montaña distribuyendo hachís a sus seguidores. Del manuscrito de Marco Polo, ca. 1410–1412.

Por esta oferta imposible de rechazar el número de seguidores del Viejo crecía constantemente y él los empleaba audazmente para moldear la política de Oriente Medio. Los fieles fedayines —la palabra significa «sacrificantes», «los que se inmolan»— se infiltraban en el entorno de cada gobernante y lo eliminaban por orden del Viejo. Una vez, cuando un fedayín fracasó al intentar matar al califa de Bagdad y los guardaespaldas lo apresaron, otros dos se adelantaron inmediatamente desde la fila de los guardaespaldas y le dijeron al califa que podía ejecutarles también a ellos, porque entre los guardaespaldas había aún más fedayines que acabarían con él. Y el sultán Saladino, cuando partió con su ejército para barrer por fin a los Asesinos, fue advertido por el Viejo en una carta para que abandonara su plan. La carta le fue entregada de forma poco ortodoxa, clavada con una daga a su almohada mientras dormía, con lo cual Saladino comprendió claramente que era una carta certificada y, en lugar de enfrentarse al Viejo de la Montaña, a partir de entonces prefirió dedicar su atención a los cruzados.

Sin embargo, al mirar alrededor desde el castillo, en ninguna parte de esas montañas áridas se encuentra un solo bocado de verdor que pudiera haber servido para imitar el Paraíso. Lo más probable es que esta historia la inventaran los cruzados, que intentaban comprender las razones de la disciplina ciega de los fedayines. La realidad es más simple y, como suele, más interesante. El Viejo de la Montaña que fundó Alamut se llamaba Hassan-i Sabbah y pertenecía a la rama ismailí del islam: estos son los chiíes que aceptan solo a los primeros siete imanes como autoridades, en lugar de los primeros doce, como hace la corriente mayoritaria de Irán, la «duodecimana». Entre 1169 y 1171, los ismailíes fundaron un califato independiente en Egipto, y su dinastía se llamó la de los fatimíes (descendientes de Fátima), que sería derrocada por el propio Saladino. En 1094, sin embargo, se produjo una escisión entre los ismailíes. Tras la muerte del califa egipcio al-Mustánsir, el gran visir y el ejército entronizaron a su hijo menor en lugar de Nizar, el heredero legítimo. Nizar desencadenó una rebelión, pero fue capturado y asesinado. Sus seguidores huyeron a Persia y mantuvieron su línea en los castillos de montaña que el Viejo de la Montaña había preparado con esmero. Y dado que los ismailíes estaban organizados en una estricta estructura militar basada en la disciplina ciega como medio para alcanzar la salvación, no es de extrañar que obedecieran los mandatos de los imanes, gobernadores terrenales de Alá.
 

Dinar de oro del califa al-Mustánsir (1029–1094). Como escribí en la entrada anterior y pronto dedicaré a ello una entrada aparte: hasta finales del siglo XIX, la estrella de seis puntas no era un símbolo específicamente judío, sino que, como «sello de Salomón», fue un emblema predilecto de los gobernantes musulmanes.


Los Asesinos fueron, al final, expulsados de las montañas del Alborz por los mongoles, entre los cuales un guardaespaldas ismailí introducido de contrabando habría resultado tan llamativo como un espía afroamericano en la Unión Soviética, según el chiste conocido. Pero su linaje sigue vivo hoy; actualmente se dirige desde Lisboa por el Aga Kan IV. Y todavía se alzan —aunque en ruinas— sus castillos en la cresta del Alborz, desde el Alamut oriental hasta el Rudkhán occidental. La exploradora británico-italiana Freya Stark, la primera europea en llegar a Alamut, vio los cincuenta y dos en la década de 1930.
 

«Este es un gran momento: cuando ves, por distante que esté, la meta de tu camino. Aquello que ha vivido en tu imaginación se convierte de pronto en parte del mundo tangible. No importa cuántas cordilleras, ríos o caminos polvorientos y abrasadores haya entre tú y ella: ahora es tuya para siempre. Así debieron de sentir aquellos viejos bárbaros que por primera vez, desde el muro alpino, miraron hacia la llanura lombarda y vieron Verona y sus torres y, debajo, el blanco cauce del río: así Xenofonte y Cortés, y todo aventurero y peregrino, por humilde que fuera, antes o después: y así me sentí yo al contemplar aquel amplio país, surcado por cordilleras rojas y negras, mientras el grupo de montañeses a mi alrededor, encantados con mi entusiasmo, me señalaba el camino hacia la Roca en una pálida hendidura verde, empequeñecida por la distancia, muy abajo. Allí estaba el valle de los Asesinos, inclinado hacia el nordeste: delante de él, entre crestas más bajas, el Shah Rud mostraba un recodo brillante. Más allá, y más alto que todo, alzado como un altar con crestas negras que ascendían hacia él a través de campos de nieve, Takht-i-Suleiman, el Trono de Salomón, parecía realmente un trono en el gran círculo de sus pares menores. Su blanca vestidura resplandecía con el aspecto almidonado y aplanado de la nieve que se derrite a lo lejos. Los negros brazos rocosos del asiento se recortaban nítidos contra el cielo».
(Freya Stark: The Valleys of the Assassins, 1935)
 
Takht-e Suleiman

La tercera razón era el desafío de lo desconocido. De hecho, las guías apenas escriben nada sobre las montañas del Alborz. Quizá expliquen cómo llegar de Teherán a Alamut, pero nada más. No es de extrañar: las guías de viaje dominantes en el mercado están escritas para lectores anglosajones y a los turistas estadounidenses y británicos se les prohíbe entrar en Irán. A lo sumo pueden participar en circuitos por las ciudades históricas estrictamente controlados por el Ministerio del Interior iraní. Sería una inversión innecesaria escribir para ellos sobre regiones más allá de eso y, en efecto, las guías se ahorran el esfuerzo. Si te interesan las regiones fronterizas, tienes que descubrirlas por tu cuenta.

Aunque Freya Stark, en 1935, publicó un esbozo de mapa sobre cómo llegó al mar Caspio a través de los pasos del Alborz, lo hizo en cuatro meses y a lomos de mula. (Incluso en 2012, Lonely Planet sugería alquilar una mula para el cruce). ¿Ha mejorado lo suficiente la carretera como para hacerlo con un coche alquilado? ¿No se convertirá en algún punto, en mitad del trayecto, en una pista de tierra impracticable, como ocurre tan a menudo en las montañas fronterizas de Irán?


Las entradas anteriores han mostrado que aunque la ruta se convierte en pista de tierra en torno a la cresta todavía se puede hacer en coche y se puede descender por el otro lado hasta el mar Caspio. Fuimos hasta el final y visitamos las mezquitas de Lahiján y el cementerio polaco en la ciudad portuaria de Bandar-i Anzali, y luego volvimos a remontar hacia las montañas, donde visitamos el castillo sasánida-asesino de Rudkhán y asistimos a los preparativos de las celebraciones de Ashura en la ciudad patrimonio mundial de Masouleh.

Pero entretanto también hicimos otro desvío, y aquí es donde retomo de nuevo el hilo del relato. Al descender del castillo de Rudkhán nos dirigimos hacia el sur (véase el mapa inicial de esta entrada) subiendo a la cresta del Alborz, siguiendo un pequeño río llamado igual que la aldea situada en la cabecera del valle al que nos dirigíamos: Emamzadeh Ebrahim.


Aquí ya estamos en la zona de lluvias regulares. Nuestro viaje transcurre acompañado por las montañas de un verde oscuro y los arrozales verde claro. De los campos se alzan garzas y grullas revoloteando al acercarse un coche porque rara vez se ve alguno por aquí.


Al llegar al límite del pueblo nos da en los ojos el colorido de unnos edificios de varios pisos, de estructura de madera, recubiertos de chapa, láminas de plástico y alfombras: templos del bricolaje. Aunque había visto fotos en sitios persas —porque por esto precisamente venimos aquí—, lo que en la imagen resulta increíble es aún más increíble en la realidad.


Y no son edificios pobres. Muchos de ellos exhiben su abundancia, al menos para el contexto local. Los colores estridentes, el uso de materiales dispares no es una expresión de precariedad, sino del Kunstwollen local. «Eso es exactamente lo que queríamos aquí, porque así es como nos gusta.»


 

Al entrar en el pueblo, la carretera se bifurca: a la izquierda la calle del bazar; la de la derecha sube empinada hacia el santuario de Imamzadeh Ibrahim.

Emamzadeh Ebrahim está entre esos lugares iraníes de los que no hay guía de viaje, ni tampoco sitio alguno en letras latinas. Encontré una descripción amateur, pero relativamente informativa, en persa, en karnaval.ir.

El nombre del pueblo significa «Ibrahim, hijo de un imán». Según la tradición local, aquí está enterrado uno de los hijos de Musa al-Kazim (745–799), el séptimo imán chií. Pero ¿cuál? Musa tuvo en efecto un hijo llamado Ibrahim, Ibrahim ibn Musa al-Kazim (ca. 763–837), que vivió en Yemen, ocupó La Meca durante la rebelión contra los abasíes y luego fue asesinado y enterrado junto con su padre en una mezquita —un importante lugar de peregrinación chií— en la parte norte de Bagdad que recibe de ellos el nombre de Kadhimiyya, «la ciudad de los dos Kazim». Así que el Ibrahim que reposa aquí, en Emamzadeh Ebrahim, no es hijo de Musa a menos que Musa tuviera dos hijos llamados Ibrahim.

El iranólogo y geógrafo Manuchehr Sotoudeh, que investigó esta región en la década de 1960, escribe en su libro از آستارا تا استاراباد (De Astara a Astarabad) que la literatura no sabe nada de este Ibrahim. Con todo,

«… es ampliamente conocido y aceptado entre la gente de Guilán que fue uno de los hijos del imán Musa Kazem, que está enterrado en esta zona, y es un generoso patrón de los afligidos y de quienes vienen en peregrinación a él. La región le tiene un gran respeto, tanto que nadie se atreve a robar nada en ese pueblo. Quizá por eso Ibrahim es llamado “el Abolfazl de Guilán”.»
(Abolfazl, hermano menor del imán Huséin, es el modelo del caballero impecable entre los chiíes.)
 

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Así, el centro del pueblo es el santuario de peregrinación de «Ibrahim», en la cabecera del valle, donde también nace el río. Está rodeado de manantiales a los que se atribuyen propiedades curativas. Debido a la multitud de peregrinos se estableció en el centro del pueblo un gran bazar con peculiares casas de colores que han dado forma a este arte popular local durante siglos. La estructura de estas casas de cuatro o cinco plantas está construida con madera basta, pintada de colores, y no tienen ni paredes exteriores ni interiores. Dentro, las estancias se separan con cortinas y alfombras, y fuera cuelgan grandes lonas o plásticos cuando los vientos del alba ya son frescos (aquí nunca hace realmente frío). La mayoría de las casas se alquilan a los peregrinos. En invierno viven aquí unas 80 familias pero cuando en primavera se reanuda la oleada de peregrinos, trescientas familias más suben desde las ciudades costeras para gestionar las casas.

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Nos sentamos en una de las tiendas de comestibles de la calle del bazar, donde también cocinan. Los anfitriones son amables pero responden a nuestras preguntas en persa de manera muy lacónica, solo con las palabras más elementales. En cambio, con los clientes que van entrando son mucho más locuaces… pero en una lengua de la que solo creemos entender algunas palabras por su parecido con el persa. «¿Qué lengua estáis hablando?», les preguntamos. «En talysh», responden


El talysh es una lengua de la familia iraní, pariente cercana del persa, hablada sobre todo por pastores nómadas de por aquí, en estas montañas del norte, más o menos hasta la frontera de Azerbaiyán y aún más más allá. El origen nómada quizá explique también algo del carácter casi provisional de las casas. Veremos construcciones improvisadas similares más al norte, en las aldeas pastoriles talysh. Según lingüistas iraníes el talysh es un resto del antiguo dialecto iraní azari que, según geógrafos medievales, se hablaba en la provincia de Azerbaiyán (en persa antiguo, Âtarpatakân) por los descendientes de los antiguos medos, antes de que la mayor parte de la población local (con la excepción de los habitantes de montaña) fuera asimilada por los turcos nómadas —los azeríes actuales o, en persa, torki— que llegaron aquí en el siglo X.

A falta de un censo étnico, es difícil determinar el número de hablantes de talysh. La variación va de 200 mil a 2 millones, aproximadamente la mitad en Irán y la mitad en Azerbaiyán. En Irán son sobre todo pastores y habitantes de pequeñas localidades, sin aspiraciones nacionalistas. En Azerbaiyán, en cambio, muchos se trasladaron a las ciudades industriales de Bakú y Sumgait, donde formaron una élite intelectual. Sin embargo, las autoridades azerbaiyanas intentan impedir toda forma de autoorganización étnica y, así, por ejemplo, todo el consejo de redacción de la primera revista cultural e histórica en lengua talysh fue arrestado.



En el taller mecánico de la entrada del pueblo nos detenemos a preguntar dónde está la gasolinera más cercana. El joven mecánico dice que es aquí mismo y mide veinte litros de un gran barril para echarlos al coche. El taller es también una tienda de animales. La hija del mecánico pone sobre el mostrador a su favorito, un conejo blanco de ojos rojos, y nos mira con timidez para ver si nos gusta.
 

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A partir de aquí nuestro viaje continúa por la zona talysh. Ya Masouleh es mayoritariamente talysh, pero el verdadero territorio de los pastores de esta etnia solo se despliega ante nosotros más adelante. La carretera discurre por la cresta del Alborz. Valles profundos a derecha e izquierda, de un verdor vibrante radicalmente distinto de las cadenas montañosas secas, rojas, marrones, del Alborz oriental. Pronto aparecen los primeros rebaños, aparentemente sin pastor pero siempre con un temible perro de ovejas a su lado. Luego llegan las aldeas de pastores, cuyas casas parecen haber sido levantadas hace poco con materiales fungibles, de forma provisional. Puedo imaginar que cuando se termina el pastoreo en un área se desmontan los cobertizos y se transportan en burros postes y planchas de hojalata hasta el siguiente lugar donde aún crece la hierba, igual que otras chozas de pastores de madera y mantas, cercadas por lonas, que también vemos esparcidas por la región.

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Estamos tan altos y los valles son tan hondos que las nubes pasan por debajo de nosotros. Es una visión sobrecogedora, como si pudiéramos contemplar a cámara lenta la rotura de un dique cuando, después de los primeros jirones, las nubes espesas inundan de repente todo el valle. Fluyen, dejando de vez en cuando entrever las cumbres por debajo, y finalmente, tras largo tiempo, se marchan como vinieron, con una huella de despedida.


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Descendemos hacia el Azerbaiyán iraní siguiendo el embalse del río Hiruchay.


¿Qué es el Azerbaiyán iraní? Conocemos Azerbaiyán solo como un país independiente, donde el hacha es objeto de orgullo nacional y no les da miedo usarla. Sin embargo, el nombre se refería originalmente a la provincia noroccidental de Persia. Su nombre persa original era Âtarpatakân, derivado del persa âzar o âtash, «fuego»: significa «tierra del fuego», probablemente por las fugas de gas superficial que arden perpetuamente y que también describió Marco Polo. Sus habitantes eran originalmente descendientes de los antiguos medos, que hablaban la lengua iraní azari, antes de que en el siglo X se asentaran aquí nómadas túrquicos y asimilaran a los medos, con la excepción de algunos islotes de lengua iraní.

En 1828, la punta de la provincia al norte del río Aras fue anexionada a Persia por Rusia e incorporada al imperio como la gobernación de Bakú. A sus habitantes túrquicos se les llamaba «tártaros de montaña». Por las connotaciones negativas del término, en 1918, al separarse las repúblicas caucásicas, el nuevo país no tomó el nombre de «Tartaristán de Montaña», sino el de la provincia iraní de la que procedía: Azerbaiyán. Sus habitantes túrquicos también empezaron a llamarse entonces «azerbaiyanos» o «azeríes». Esta historia se parece en cierto modo a Macedonia, que también se convirtió en un estado miembro yugoslavo y luego en un país independiente a partir de la provincia histórica de Macedonia, y todo el territorio adoptó su nombre aunque la parte meridional de esa provincia sigue perteneciendo a Grecia. Tras la anexión de vuelta a la Unión Soviética en 1920, la república de Azerbaiyán pudo conservar su nombre para significar que —de manera similar a otras repúblicas soviéticas «truncadas», como Moldavia, Ucrania oriental, Bielorrusia oriental o Karelia oriental— «esperaba completarse». La «completación» fue intentada por la Unión Soviética en el otoño de 1945, cuando, de acuerdo con los británicos, se retiró de Irán —invadido por ellos en 1941—, pero dejó en las montañas iraníes una república popular kurda y otra azerbaiyana. Las repúblicas secesionistas fueron reincorporadas al país por el ejército iraní en diciembre de 1946. Desde entonces, el gobierno de Bakú ha alimentado esperanzas de una futura reunificación, lo que provoca tensiones con Irán.

La mayoría de la provincia son turcos, a quienes los persas llaman torki: los nombres étnicos «azerí» o «azerbaiyano» no son utilizados por ellos. Son unos 16 millones, casi el doble que en la República de Azerbaiyán. Esta región es también hogar de los siriacos/asirios cristianos iraníes y de muchos armenios (que mantienen buenas relaciones con los turcos locales), así como de kurdos, talysh y otros pequeños grupos étnicos.


Azerbaiyán es de un color sorprendentemente dorado. Ya lo mostré en fotos anteriores, por ejemplo cuando subí con mis amigos desde Isfahán a Savalan Sultan, la montaña más alta de Azerbaiyán. Dorados son la tierra, las rocas, la vegetación y, de algún modo, incluso el aire. Y, por supuesto, el sol poniente, la hora dorada lo subraya todavía más.
 

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A través del desfiladero del río Qezel Ozan llegamos a la llanura, a la autopista hacia Teherán, por donde la última vez viajamos cuesta arriba hacia Savalan. Pero ahora podemos detenernos a hacer fotos a diferencia de la vez anterior cuando solo pude tomar algunas instantáneas a través de la ventanilla del autobús. Pero el paisaje es igual de dorado ahora. En unas horas estaremos en Soltaniye, en el mausoleo del kan Öljeitü. Desde allí nos dirigimos al sur, hacia Kashan. Ahora comienza la semana de celebraciones de Ashura en las ciudades históricas.
 

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