Bajo el Dragón de Jade


La Casa Tibetana de Lumu es una fuente de conocimiento para los iniciados en Lijiang. A diferencia de los chinos, la mayoría de los cuales ni siquiera sabe lo que hay en su propio vecindario, aquí se puede obtener información actualizada sobre alojamientos en las localidades de alrededor, muy recomendables, pero no disponibles a través de Internet; casas de huéspedes y restaurantes regentados por tibetanos; mapas detallados dibujados a mano de los senderos del desfiladero del Salto del Tigre, de 2.500 metros de profundidad; y un mapa fotocopiado para recorrer en bicicleta el casco antiguo de Lijiang (con los lugares donde se pueden alquilar bicis). Este es un dato importante porque el negocio de alquiler está situado en el borde de la gran ciudad vieja, debajo de un bloque moderno de pisos, frente a la estatua de Mao, adonde de otro modo solo peregrinarían los comunistas más irredentos de los sesenta. El alquiler de la bici cuesta 30 yuanes, 4 euros, por un día, con un depósito de 250 yuanes, 36 euros. Nuestro objetivo es la cadena de pequeños pueblos del grupo étnico naxi al norte de Lijiang, a los pies del monte Yulong: Shuhe, Baisha, Yuhu.



El monte Yulong, como corresponde a su nombre, se cierne sobre la llanura como un enorme dragón tallado con perfil dentado en una sola pieza de jade. Me detengo a hacer una foto. Para que la línea eléctrica que corre junto a la carretera no corte al dragón por la cintura, avanzo un poco hasta el arrozal abandonado, donde una mala hierba espinosa me hace un gran desgarrón en los pantalones. No importa: Baisha es el centro del bordado tradicional naxi, así que espero encontrar un maestro que pueda arreglarlo con una máquina de coser.


Una vieja calle empedrada se desvía de la carretera principal hacia el centro del pueblo. Las casas antiguas que la bordean están siendo hermosamente restauradas; a las nuevas se les añaden porches y portones de estilo antiguo, en el espíritu de los nuevos tiempos. Delante de una tienda de comestibles una anciana lava las verduras en el arroyo. «¿Dónde puedo encontrar a alguien en el pueblo que pueda coserme los pantalones?» «¡Nosotros se lo hacemos!», responde. Los examina, luego saca un hilo del color adecuado enhebrado en una aguja. Llama a la vendedora de la tienda. Ella mira mis piernas para encontrar el mejor sitio por donde empezar el trabajo, así que, solícito, me quito los pantalones. Ella se aparta, con un grito alarmado y risitas. Mientras ella cose delante de la tienda hablo con el viejo sentado en la vieja mesa de mahjong: la tienda de comestibles es también una especie de guardería diurna para ancianos. Enseguida los pantalones están listos; su valor como bordado naxi hecho a mano ha aumentado considerablemente. «¿Cuánto cuesta el trabajo?», pregunto. «Nada», dice, sorprendida, y no acepta dinero ni siquiera cuando le insisto unas cuantas veces.
 

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«¿Dónde está el casco antiguo?», pregunto. «Por allí», señala ella hacia adelante por la calle empedrada, «pero es muy pequeño», y muestra con la mano cuán pequeño. El casco antiguo es, en efecto, pequeño pero muy acogedor. La puerta del pueblo se abre de inmediato a la plaza principal, flanqueada por buenos lugares para comer. A la sombra de un gran árbol, ancianas verduleras y hombres se reúnen para conversar vestidos con el atuendo tradicional naxi. Encadenamos nuestras bicis a la puerta del pueblo, nos sentamos en la puerta abierta de una de las cantinas, pedimos cerveza, y nos familiarizamos con el gran teatro que tiene lugar en el escenario de la plaza principal y con sus actores.
 

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Tres calles comienzan en la puerta sur de la ciudad; cada una tiene su propio perfil. A lo largo de la que sigue recta hacia el norte venden la ropa bordada que tiñen con batik en los viejos patios, tanto en los antiguos como en los nuevos, que son igualmente hermosos. Aquí también se puede consultar al doctor He Shixiu, el médico milagroso de ochenta años, celebridad local, a quien acuden de lejos y de cerca para curarse. Delante de su casa, una colección de recortes de prensa da fe de su fama. La calle que va hacia el este, rumbo a las montañas, está flanqueada por casas campesinas; sale hacia los arrozales. Los ciruelos ya están en flor en los campos aunque solo es febrero, y al fondo, como el Fuji, flota el monte Yulong. La postal oriental vuelve a casa.


La calle que conduce al oeste, hacia el templo medieval de Dabaoji, es la calle principal del pueblo. Está flanqueada por pequeñas tiendas de antigüedades, casas de té, tiendas de conveniencia. En una de ellas, una batalla de mahjong está en pleno apogeo, a muerte, igual que se juega al dominó en Georgia. Unos diez hombres compiten con una mujer, la tendera. Chasquidos de fichas de mahjong golpeando con énfasis el tablero, sonidos guturales de breves comentarios. Son conscientes de nuestra presencia pero no levantan la vista, nada les apartaría del juego.
 

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En medio de la calle, un pabellón abierto. Unos viejos músicos dan un concierto en una tarde de un día laborable. Se aceptan donativos pero según el tatsepao colocado delante del pabellón su verdadero objetivo es la revitalización de la música tradicional naxi. Esta música, que tiene una tradición de mil años, floreció antes de la Revolución Cultural, con varios conjuntos tocando en cada pueblo. Su versión más antigua se llamaba precisamente «música de Baisha» (白沙细乐, Báishā xìyuè), porque aquí tomó forma y aquí se conservó, en la capital del antiguo reino naxi, independiente hasta 1271. Mao, sin embargo, prohibió la música tradicional en todo el país e hizo romper los instrumentos. La mayoría de los viejos músicos formados en la tradición ha muerto desde entonces, y con ellos también una parte del repertorio. Los supervivientes intentan ahora transmitir sus conocimientos, mientras todavía pueden.


Músicos naxi, Baisha. Grabación de Lloyd Dunn, febrero de 2017
 

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