La ciudad de Drakgo, en chino Luhou, se encuentra en la carretera de Tagong a Garzê, a orillas del río Xianshui, es decir, el Río del Agua Dulce, que discurre junto a la carretera. El nombre de la ciudad parece sacado de Juego de tronos. Ofrece a la vez un juego de palabras con «dragón» y con «draconiano». Prometo no explotarlo.
Los mongoles oirates, que conquistaron el Tíbet oriental hacia 1640, hicieron de esta ciudad ribereña uno de sus cuarteles generales. También fundaron el monasterio en la colina sobre el pueblo en 1650. Puesto que los mongoles —como ya he dicho— estaban aliados con la orden reformadora Gelug, fundada doscientos años antes, que apoyó su conquista y cuyo jefe, el Dalái Lama, fue entonces convertido por ellos en líder político del Tíbet, es natural que este monasterio pertenezca también a la orden Gelug, la de los «sombreros amarillos». En otro tiempo tuvo mil habitantes, hoy son unos trescientos.
El edificio actual del monasterio, sin embargo, es muy reciente. De manera excepcional, no fue la Revolución Cultural la responsable de la destrucción de los edificios anteriores, sino el terremoto de 1973, que arrasó gran parte de la ciudad. A imagen de los antiguos se construyeron más tarde el templo y el monasterio actuales.
El monasterio es una gompa, es decir, un monasterio más pequeño, donde tienen lugar tanto la meditación como la enseñanza. En la gompa de Drakgo hay una escuela y un colegio entre el templo y el monasterio de los monjes mayores. La escuela tiene también un pequeño templo propio adosado a la parte trasera del templo grande. Siguen trabajando en él: se están puliendo algunos de los revestimientos de madera, muchos aún no están pintados, pero en el templo cubierto de frescos arden lámparas de manteca de yak de tamaño humano, y varias personas rezan en su interior, dejándose caer una y otra vez al suelo sobre las tablas de madera preparadas a este propósito.
El templo grande sólo se abre a las diez de la mañana. Falta media hora, así que esperamos. Los monjes mayores ya se van reuniendo delante de la puerta y al cabo de un rato empiezan a recitar sutras.
El recitado va a durar horas. No podemos esperar a que termine para entrar en el templo. No es una gran pérdida, ya que también es un edificio nuevo. Sólo lamento perderme una cosa: la gran estatua de Buda de plata, que se remonta a la época de la fundación, quizá incluso anterior.
Pero renunciar a los deseos tiene su recompensa. En lugar del Buda de plata, ganaremos uno de oro.
Después del terremoto de 1973, que destruyó la ciudad y dejó varios miles de muertos, los monjes intentaron impedir que se repitiera nada semejante con el único recurso que conocían: erigiendo en octubre de 2015 una estatua gigantesca de Buda. Los 6 millones de dólares necesarios para levantar la estatua dorada de 30 metros de altura fueron reunidos por los creyentes locales. Las autoridades de allí dieron también su permiso, pero en 2021 una instancia más alta visitó la ciudad y decidió que no podían haber autorizado una estatua de semejante tamaño, por lo que ordenó su retirada. La población protestó masivamente contra el decreto, pero el resultado era fácil de prever: la policía dispersó las manifestaciones arrestando e incluso, según la prensa de la oposición, torturando a varios participantes, y destruyó la estatua junto con las 25 grandes ruedas de oración que rodeaban su pedestal. En octubre del mismo año destruyeron también una de las escuelas pertenecientes al monasterio, aunque por la prensa no queda claro si esto estaba relacionado con la estatua.
Quisiera al menos fotografiar el antiguo emplazamiento de la estatua, así que pregunto a los monjes que charlan junto a la puerta del monasterio mirando a los forasteros. «Dónde estaba». «Está ahí mismo, mira», señalan hacia un gran armazón de hormigón actualmente en construcción. Me acerco, y el color dorado del pedestal brilla desde lejos a través de las rendijas de la estructura.
«Prohibida la entrada - Zona de obras», advierten los carteles. Pero como por ahí dentro vaga un montón de monjes que observan el edificio con ojo crítico, yo también entro, seguido por todo el grupo. Primero intentamos escudriñar por las rendijas, luego nos damos cuenta de que, puesto que todo está prohibido, hay que hacer lo más sencillo: usar la entrada principal. Ahí vamos, y nadie se opone. Atravesamos la falsa puerta «tradicional» tibetana vaciada en hormigón y se nos revela en todo su esplendor el gran Buda dorado. No todo, porque lleva el rostro vendado. Quizá esté dañado o lo protejan durante las obras. O puede ser por la misma razón por la que cubren los rostros de las estatuas de Buda en otros monasterios cuando ya han sido consagradas y están a la espera de que su dueño vaya a recogerlas. Así el resplandor de su rostro iluminado brillará en el momento oportuno dentro de la casa.
¿Qué es esto? ¿Una reencarnación del Buda destruido? ¿O quizá no fue destruido, sino únicamente retirado del espacio abierto —donde podía verlo toda la ciudad— a un edificio cerrado, como compromiso con las autoridades? Si es así, ¿por qué no lo menciona la prensa? Tantas preguntas (Brecht).
















Add comment