子曰:吾十有五而志於學,
三十而立,
四十而不惑,
五十而知天命,
六十而耳順,
七十而從心所欲,不踰矩。
(論語 Lunyu, Analectas 2.4)
El Maestro [Confucio] dijo:
A los quince años orienté mi voluntad hacia el estudio.
A los treinta, me mantuve firme.
A los cuarenta, dejé de dudar.
A los cincuenta, comprendí el mandato del Cielo.
A los sesenta, he oído la armonía.
A los setenta, pude seguir los deseos de mi corazón
sin traspasar los límites.
Leí por primera vez esta sentencia de Confucio cuando tenía más o menos la edad que se ve en la foto, seis u ocho años.
Incluso los quince años me parecían todavía lejanísimos, pero mis hermanos y hermanas mayores ya estaban en esa etapa; los veía estudiar, y eso sí era algo que podía entender.
Pero que alguien pensara en los cincuenta, sesenta o setenta años, y que en realidad fuera entonces cuando uno empezara a desplegarse plenamente, me dejó atónito.
Para entonces, pensaba yo, uno ya es viejo. Está a punto de morir. ¿Y resulta que justo entonces oye la armonía y sigue el deseo de su corazón?
Mi abuelo, que estaba a mi lado, ya había pasado de los sesenta. Era un hombre impresionante, fuerte. Lo quería muchísimo.
De hijo bastardo rusino de un arrendatario judío, de nadie, llegó a ser maestro zapatero y el primer propietario del pueblo de Mándok. Se casó con el amor de su vida y vivieron felices. Formó a dos hijos. Vivió dos guerras mundiales: combatió en la primera y, tras la segunda, fue declarado kulak y le confiscaron todo. Salió adelante, vivió de la viña que le quedó y disfrutó de sus diez nietos.
Hoy espero que ya entonces, allí a mi lado, hubiera encontrado la armonía y, antes de morir, el deseo de su corazón.




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