Discoteca persa


Conozco estas canciones. Suenan en el taxi en cuanto sales del aeropuerto Jomeini hacia la ciudad, retumban en el kebab y en el bazar, te entumecen la mente durante la ruta en autobús de todo el día a través del desierto. Pero nunca he visto a la gente bailar públicamente con ellas, y menos aún con un vaso de whisky en la mano, y mucho menos en compañía de chicas con el pelo descubierto y con faldas que llegan al muslo. Cada uno de estas subtramas por separado bastaría para acarrear unos cuantos años de prisión en Irán. Pero no en Berlín, en la Werkstatt der Kulturen de Neukölln, en cuyo sótano se celebra esta noche una fiesta de Noruz, una discoteca de Año Nuevo primaveral. Las canciones son piezas características de la música iraní desenfadada: lamentos en persa sobre el tormento del amor y la inevitabilidad de la madurez, pop egipcio cantado en árabe, cada vez más de moda en Irán, o cambios a canciones populares iraní-azeríes en torki o kurdas, en atención a las minorías étnicas iraníes presentes en la sala. El público sigue reaccionando como en casa: los chicos bailan solo con chicos y las chicas con chicas, pero al menos ya no en salas separadas sino en un espacio común, riendo cohibidos ante la situación insólita. Los niños deambulan por el borde del escenario; ya van creciendo dentro de la situación, imitando a los adultos, hasta que alrededor de medianoche se los llevan a dormir.
 

Habibi (Cariño), con texto en árabe
 
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Y como extra: Üsküdara, la melodía migrante de los Balcanes, sobre la que ya hemos escrito, esta noche en su versión iraní


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