El valle alto del Tisza, Yasinya/Kőrösmező, la antigua frontera húngaro-polaca.




Tras el paso de Tatar, la carretera desciende por el valle del Prut; el primer asentamiento es Tatariv, es decir, «ciudad de los tártaros». Después de la caída de Kiev (1240), por aquí discurría la frontera del Imperio mongol; las tropas tártaras invadieron repetidamente los Cárpatos hasta que los gobernantes angevinos de Hungría enviaron tribus rumanas desde Maramureș para fundar un Estado tapón contra ellos, la futura Moldavia. El recuerdo de los guardias fronterizos tártaros se conserva en una cadena de topónimos a lo largo del otro lado de los Cárpatos. Y según algunos historiadores, también los montañeses locales, los hutsules, con sus caballos de tipo tártaro, pequeños y de gran resistencia, serían descendientes suyos.

Pasado Tatariv el valle del Prut se ensancha durante unos cientos de metros y en el lado derecho aparece una estructura a modo de dosel, como los que los greco-católicos colocan sobre las estatuas de la Virgen María al borde de los caminos. La había visto varias veces antes de detenerme a mirarla hoy de cerca.


Y bajo el dosel no hay una estatua de María. Es una cruz que, según su inscripción trilingüe —alemán, húngaro y ucraniano—, fue erigida en 2005 por la Cruz Negra Austríaca, organización encargada del cuidado de las tumbas de guerra, y por el Instituto y Museo Húngaro de Historia Militar, en memoria de los soldados austrohúngaros caídos aquí durante la Primera Guerra Mundial. A su alrededor, a cada lado, dos hileras de cruces de piedra, quizá más simbólicas que reales, un total de cuarenta y ocho.

Me pregunto cuándo cayeron aquí nuestros compatriotas. ¿Durante la ofensiva rusa de finales de 1914 que avanzó hasta Yasinya/Kőrösmező, entonces en Hungría? ¿En el curso de la campaña de primavera de 1915 que reconquistó Galizia? ¿En alguna de las batallas sucesivas en defensa del paso de Tatar? Quien sepa algo más que nuestras preguntas que nos lo diga.




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