La Carretera Militar Georgiana, la principal vía del norte de Georgia, parte de Tiflis, sigue el valle del Aragvi hacia arriba y, tras cruzar la cordillera del Gran Cáucaso por el paso de la Cruz, desciende junto al río Terek hasta llegar a Vladikavkaz y, más allá, a Moscú. Aunque, siendo precisos, habría que decir que va de Moscú a Tiflis ya que fue concebida básicamente en ese sentido a partir de finales del siglo XVIII, después de que la zarina Catalina II y Heraclio II, rey de Georgia oriental, firmaran en 1783 el Tratado de Gueórguievsk. En él, el monarca georgiano juraba lealtad al soberano ruso de turno, quien a cambio prometía ayuda militar frente a la amenaza persa y otomana. La ayuda nunca llegó. El sha persa, furioso por el tratado, pudo devastar Georgia sin obstáculos y llegó incluso a planear el traslado de toda la población cristiana al interior de Persia, tal como había hecho su predecesor, el sha Abbás el Grande, en el siglo XVII con los habitantes del sur de Armenia y de Georgia oriental. El ejército ruso solo descendió por la carretera militar cuando, gracias a un asesinato, el peligro persa se disipó momentáneamente; y entonces, de paso, anexionó a Rusia una Georgia exangüe. En el bicentenario del Tratado de Gueórguievsk, en 1983, las celebraciones oficiales en Tiflis se vieron acompañadas por un número especial de la revista samizdat Sakartvelo, que detallaba con minuciosidad cuántas veces y de qué manera Rusia había violado los puntos fundamentales del acuerdo.
Monumentos a lo largo de la Carretera Militar Georgiana. Mapa: Baedeker Russland 1914 (en gran tamaño aquí)
En el marco de aquellas celebraciones se inauguró, unos cientos de metros por debajo del paso de la Cruz —justo donde, viniendo desde Rusia, se abre la primera vista hermosa de las laderas meridionales del Cáucaso, o la última al salir de Georgia—, el Mirador de la Amistad Ruso-Georgiana, o como se le llama en fuentes rusas, la Арка Дружбы, el Arco de la Amistad, obra de Zurab Tsereteli. Desde el mirador se despliega realmente un panorama impresionante: abajo, el tramo más alto del Aragvi, que aquí ya es casi un arroyo y que en ruso llaman el valle del diablo; arriba, enormes nubes que se asoman desde la vertiente norte del Cáucaso. No es de extrañar que todo el mundo se desvíe hasta aquí desde la carretera militar para hacerse fotos. Fue aquí donde oí por primera vez, de labios de chicas adolescentes, la expresión давай поселфимся, es decir, «¡hagámonos un selfi!».
La lectura del mosaico decorativo del mirador comienza en el centro. Allí vemos a una madre sentada con su hijo, flanqueados por tres caballeros georgianos y tres rusos matadragones, unos sanjorges laicos, una lejana alusión al motivo de la Madonna que aquí probablemente simboliza «la generación futura». A su lado, una cita de Rustaveli legible en ambos idiomas dice que el amigo ayuda de corazón a su amigo; y eso es precisamente lo que se despliega, básicamente de derecha a izquierda, desde el lado ruso hacia el georgiano. Los rusos ya en la Edad Media acudían al auxilio de los georgianos haciendo repicar las campanas (aunque aquí seguramente no piensan en el primer capítulo de las relaciones ruso-georgianas, cuando el príncipe Yuri Bogoliubski atacó Georgia dos veces en el siglo XII en alianza con los musulmanes, y la reina Tamar lo derrotó en ambas ocasiones y lo perdonó, encerrándolo solo a la tercera bajo prisión perpetua). Tras las figuras de cuento aparecen otros héroes: el marinero rojo de la Revolución y los soldados de la guerra civil, el héroe soviético pisoteando la esvástica, y finalmente la imagen de un hermoso mundo nuevo. En el lado georgiano, después de las escenas bucólicas y etnográficas de la vida local, con un salto igualmente brusco aparecen las figuras de las revueltas populares, seguidas por ese mismo mundo nuevo. Día a día la vida se vuelve más alegre. Como si incluso la forma del edificio ilustrara aquel verso del himno soviético: дружбы народов надежный оплот, «¡la amistad de los pueblos es un baluarte sólido!».
Союз нерушимый республик свободных – Unión indestructible de repúblicas libres
Con motivo de la celebración no se levantó un monumento a la amistad solo en el centro de la carretera militar, sino también en sus dos extremos. En ambos casos se encargó la obra, una vez más, a Zurab Tsereteli, que desde entonces sigue sirviendo con una flexibilidad sin igual a todos los regímenes, siempre con monumentos sobredimensionados. La escultura Узы дружбы, «Los lazos de la amistad», que se alzaba en Tiflis, al inicio de la carretera militar, y en cuyo interior —formado por dos anillos entrelazados— estaba inscrito el texto del tratado de Georgievsk, fue desmontada en 1991, y no he conseguido encontrar ninguna fotografía de ella.
En Moscú, en cambio, sigue en pie el obelisco Дружбы навеки, «Amistad eterna», coronado por una guirnalda de espigas rusas, con una vid georgiana trepando por uno de sus lados, y con las palabras «Amistad», «Unidad», «Trabajo» y «Paz» dispuestas en los dos idiomas. El monumento se erigió en la antigua Gruzínskaya Sloboda, en el centro de lo que fue la finca del rey georgiano Vakhtang VI. Durante mucho tiempo hubo allí un mercado georgiano que fue desalojado cuando las autoridades municipales de Moscú hicieron sitio al pilar de la amistad ruso-georgiana.
A los dos años, en 1985, se inauguró otro monumento en Georgia, junto a la presa de la central hidroeléctrica de Zhinvali, abajo del río Aragvi, como ya había sucedido sesenta años antes cerca de Zages. Pero este no representa a Lenin. La construcción de hormigón tiene la forma de una antigua torre de fortaleza georgiana, rodeada por guerreros con lanzas que protegen a unas mujeres y niños que se acurrucan contra la pared en su interior.
El monumento no tiene inscripción, y en internet apenas hay referencias sobre qué representa. En los sitios rusos lo llaman «monumento de guerra», e incluso algunos lo consideran «monumento a los trabajadores de la construcción de la presa de Zhinvali». Solo en Google Maps se lee en georgiano: «300 არაგველი», «los trescientos Aragvi».
Los trescientos Aragvi eran trescientos soldados georgianos provenientes de la región del río Aragvi, que durante la invasión persa de 1795, cuando esperaban inútilmente la ayuda rusa prometida en el tratado, lucharon al estilo espartano hasta la muerte contra el superior ejército persa para asegurar la supervivencia del rey. Aquí se les erige un monumento anónimo, en la carretera militar del norte, dejando claro en quién se puede confiar si hay que defender la patria y desde qué dirección. Este monumento es la respuesta no dicha, pero comprendida por todos los georgianos, a las frases oficiales del Mirador de la Amistad. En su interior, como se puede ver hoy, se encienden velas al igual que en una iglesia. Leer la inscripción grabada en la placa de metal que rodea la columna central de hierro no es tarea fácil, ni siquiera para un georgiano:
სამშობლოს არვის წავართმევთ, ნურც ნურვინ შეგვეცილება, თორემ ისეთ დღეს დავაყრით მტერსაც კი გაეცინება
samshoblos arvis ts'avartmevt, nurtrs nurvin shegvetsileba, torem iset dghes davaq'rit met'ersats ki gaetsineba
«No robaremos la patria de nadie, pero nadie podrá robarnos la nuestra, porque luchamos con tanta ferocidad que hasta los muertos se ríen de su propio sufrimiento»
La cita, dice Jacopo, mientras afina la traducción, proviene de un poema del gran poeta patriótico Vazha-Pshavela (1861-1915), que ya en la época soviética se musicalizó varias veces y se cantaba como himno no oficial.
Mgzavrebi: Vutia vutisofeli (poema de Vazha-Pshavela)
Un tercer monumento más se encuentra en el puerto de montaña, justo al lado del poste que indica el paso, en la cima, junto a la cruz que según la tradición fue erigida por la reina Tamar. En el mapa se ve un pequeño cementerio arriba del puerto, a muchos kilómetros de cualquier asentamiento. Nos llama la atención y nos detenemos. Las cruces se agrupan de tres en tres. Bajo la cruz central y solitaria hay una inscripción: «Hier ruhen Kriegsgefangene, Opfer des zweiten Weltkrieges.» – «Aquí descansan los prisioneros de guerra, víctimas de la Segunda Guerra Mundial.» Al volver a Berlín, consulto los registros de cementerios militares, y resulta que desde 1943 prisioneros de guerra alemanes construyeron aquí el camino a través del paso de la Santa Cruz. Por el tamaño del cementerio, la vida de los prisioneros no debía ser tan idílica en todas partes como la de Hubert Deneser en Uglich. Este monumento, en memoria de los jóvenes soldados muertos inútilmente tras una guerra sin sentido, no tiene himno de victoria ni patriótico. Solo se escucha el ruido de los camiones subiendo hacia la frontera rusa, el goteo de la nieve derretida y el graznido de los cuervos sobre los campos.
Paso de la Santa Cruz, cementerio de prisioneros de guerra alemanes. Grabación de Lloyd Dunn











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