
Aunque Tolkien es conocido principalmente como escritor y creador de mitos, estaba igualmente obsesionado con el dibujo y la pintura. Como artista visual amateur, dibujaba y pintaba sus bocetos e ilustraciones con el mismo minucioso nivel de detalle que aplicaba a su mitología. Probablemente la formulación más precisa de su proceso creativo puede leerse en el relato breve Hoja, de Niggle, la única obra suya que —según declaró más tarde— fue escrita casi de una sola vez, en unas pocas horas, y que no tuvo que reescribir una y otra vez como ocurrió con sus otros trabajos. El protagonista del relato, Niggle, es un pintor, «no muy exitoso, en parte porque tenía muchas otras cosas que hacer. La mayoría de esas cosas le parecían una molestia; pero las hacía bastante bien cuando no podía evitarlas, lo que (en su opinión) ocurría con demasiada frecuencia. … Tenía varios cuadros entre manos; la mayoría eran demasiado grandes y ambiciosos para su habilidad. Era el tipo de pintor que puede pintar hojas mejor que árboles. Solía dedicar mucho tiempo a una sola hoja, tratando de captar su forma, su brillo y el resplandor de las gotas de rocío en sus bordes. Y, sin embargo, quería pintar un árbol entero, con todas sus hojas en el mismo estilo y todas ellas diferentes».
Por supuesto, la mayoría de los dibujos de Tolkien están relacionados con sus escritos y, en particular, con su propia mitología de la Tierra Media, en la que trabajó durante toda la vida. Pero también le gustaba dibujar y pintar en general. Realizó bocetos de la vida cotidiana familiar en 1918, cuando él, su esposa y su hijo —todavía un bebé— pudieron estar juntos durante un período más prolongado, tras unos primeros años de matrimonio marcados por la separación a causa de la guerra. Hizo pinturas para acompañar las cartas que escribió a sus hijos en nombre de Papá Noel entre 1920 y 1943. Y dibujó diversos garabatos en las hojas de The Times y del Daily Telegraph, junto al crucigrama, quizá con una distracción semejante a la con la que escribió la primera línea de El hobbit en el reverso de un certificado escolar. La reciente exposición de la Biblioteca Bodleiana de Oxford —que actualmente se presenta en París hasta el 16 de febrero— ofrece una visión completa de estos dibujos e ilustraciones, entre otros muchos aspectos de la vida de Tolkien.
Sin embargo, el comentario más entrañable sobre las artes visuales de Tolkien —y sobre el propio autor— es la anécdota recordada por su tercer hijo y albacea de su legado literario, Christopher, en la inauguración de la exposición de tapices de Aubusson basados en las ilustraciones de Tolkien, celebrada en la antigua abadía cisterciense de Thoronet en enero del año pasado:
«Debo explicar que mi padre solía trabajar hasta muy, muy tarde por la noche, tanto en su pintura como en su escritura. Y yo, cuando era muy, muy joven, muy, muy, muy joven, por la noche solía preocuparme por mi padre sobremanera: ¿seguía con vida? Una noche, cuando toda la casa estaba en silencio, bajé para verle y allí estaba. Me sentí tan aliviado, pobre idiota, que me puse a llorar y una de las lágrimas —una sola lágrima, pero una lágrima considerable— cayó sobre la pintura. ¡Imagínense! Pero mi padre no se enfadó en absoluto. Lo que hizo fue tomar su pequeño pincel y borrar todo rastro de la lágrima. Y tuvo que cambiar un poco las hojas del árbol, porque la lágrima había caído sobre el hermoso árbol del frente. El título de la pintura es “Rivendell”.»



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